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Gina Montaner

El sentido común de la Posición Común

Qué más habría deseado el Gobierno cubano que engañar a la UE y a Washington con sus trampas y mentiras. Pero como suele suceder con los sistemas totalitarios, les resulta imposible ocultar el eclipse bajo el que vive sumido el pueblo.

La represión arrecia de nuevo en Cuba. Recientemente Reina Luisa Tamayo, la madre del preso de conciencia Orlando Zapata, a quien el régimen cubano dejó morir en una huelga de hambre, fue brutalmente acosada por las fuerzas del orden. Todo indica que ha concluido la tregua vigente desde este verano, la cual formaba parte de un acuerdo con el Gobierno español para ir liberando prisioneros políticos gradualmente.

A nadie debe extrañarle este nuevo golpe bajo del castrismo. Unos días antes de la golpiza propinada a Reina Luisa y otros disidentes, la Unión Europea había ratificado la Posición Común con respecto a Cuba. O sea, los países de la UE mantienen la presión a la espera de que se produzcan cambios que propicien la apertura política en la isla, pero dejando abiertos los canales diplomáticos y los intercambios que facilitan el diálogo. A pesar del intenso lobby que el ex ministro de Asuntos Exteriores de España, Miguel Ángel Moratinos, llevó a cabo para levantar la Posición Común con el fin de favorecer al régimen de La Habana, finalmente prevaleció el consenso de que Cuba debe dar señales claras de que está dispuesta a iniciar un proceso hacia el pluralismo que incluya el respeto a los derechos humanos.

No es sorprendente, pues, que la dictadura de los hermanos Castro haya vuelto a desenmascararse sin el menor rubor mostrando su verdadero rostro, que es el de la intimidación a los opositores. De nuevo enfrentados a una opinión pública internacional que exige pruebas de buena fe y no la limosna de un puñado de presos liberados por la puerta trasera, Raúl Castro sabe que en esta ocasión difícilmente podrá obtener a cambio el levantamiento del embargo por parte de la Administración de Obama o la normalización de relaciones con la UE. Simplemente sus gestos no son suficientes y no convencen a las naciones democráticas. Entonces para qué, razonan los castristas, continuar fingiendo que se acabó la mano dura cuando no se consiguen réditos económicos y políticos como recompensa a esta puesta en escena.

A Reina Luisa Tamayo y el grupo de opositores que alzan su voz contra la opresión que no cesa los seguirán persiguiendo y hostigando porque si no les sirven de recambio en negociaciones palaciegas, más vale tenerlos a raya y recordarles que la calle es de los revolucionarios y no de la disidencia. En todo caso, para las autoridades cubanas la mejor solución al recurrente problema de la oposición que resurge cuando y donde menos se lo esperan continúa siendo la de desterrar a los desafectos mandándolos al exilio con un billete de ida.

Reina Luisa Tamayo, una Madre Coraje que desfila cada domingo hasta la tumba de su hijo con el arrojo de quien ya no tiene nada que perder, es un símbolo demasiado poderoso que desarma a sus verdugos: tan humilde, tan del pueblo, tan espontáneo el desgarro en sus procesiones dominicales. No hay nada que hacer frente a su heroica estampa. De ahí la urgencia de los represores por deshacerse de ella y neutralizarla. Qué más habría deseado el Gobierno cubano que engañar a la UE y a Washington con sus trampas y mentiras. Pero como suele suceder con los sistemas totalitarios, les resulta imposible ocultar el eclipse bajo el que vive sumido el pueblo desde hace más de medio siglo.

Otro año más, a los castristas no les queda otra que dejar a un lado la peligrosa pantomima y retornar a su esencia, que es la de los desmanes y los atropellos. De nuevo son ellos mismos, con las viejas mañas de una dictadura. Son como el abusador que vuelve a casa bajo la falsa promesa de no propinar más palizas. Tarde o temprano siempre recaen y queda al descubierto su monstruosa naturaleza. Lo que está claro es que ya nadie le cree el cuento al Gobierno cubano.

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