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Gina Montaner

De infiernos y esclavos

Qué triste realidad la suya: desean irse a toda costa porque viven en sociedades incapaces de generar porvenir. Y en el trayecto descubren que la esclavitud más abyecta aún pervive.

El horror se apodera de México como una venenosa hiedra que lentamente devora el tejido social. Por mucho que el presidente Felipe Calderón asegure que las fuerzas contra el mal ganarán la batalla, las noticias y las imágenes que nos llegan cada vez son más pavorosas.

Los cárteles de la droga parecen haberse adueñado del país y los tentáculos de estos grupos alcanzan al poder judicial, la policía, el ejército y los políticos. A su vez, el ex presidente Vicente Fox y el actual jefe de Estado muestran sus diferencias en lo referente a los métodos más eficaces para combatir el narcotráfico (Fox aboga por la legalización y Calderón apuesta por la lucha armada). Entretanto, las distintas facciones criminales que operan en el territorio continúan perpetrando masacres y obligando a los más indefensos a hacer funciones de sicarios y esclavos del siglo XXI.

Lo ocurrido en Tamaulipas hace unos días es la ilustración de que el infierno no es una abstracción, sino un abismo real en el que hombres y mujeres sufren las peores torturas en manos de tipos desalmados que no distinguen el bien del mal. De las calderas de un rancho remoto logró huir el superviviente de una matanza que se ha cobrado las vidas de 72 inmigrantes que pretendían llegar a Estados Unidos, previo pago del botín que exigían los coyotes. Si no eran suficientes el miedo y el maltrato bajo la custodia de estos traficantes de vidas humanas, la aparición de la temida banda de los Zetas torció para siempre el desgraciado peregrinaje de jóvenes procedentes de Brasil, Honduras, Costa Rica, El Salvador y Ecuador, cuyo sueño era llegar a las prósperas tierras del Norte.

¿Quién dijo que el vasallaje es una cosa del pasado? En esta aldea global de Twitters livianos y promiscuas redes sociales, el trasiego de esclavos se mueve silenciosamente de nación a nación y entre continentes. Los cautivos ya no son trasladados en los depósitos de los galeones, sino en camionetas, pateras, balsas, caminatas por el desierto e incluso aviones. La trata de blancas prolifera en la antigua Europa del Este y es un negocio millonario en Asia y el Caribe; la venta de menores no es infrecuente en África; y en Latinoamérica los más pobres son carne de cañón a la búsqueda de una quimera que se esfuma en un calvario de extorsión, violencia sexual e incluso una muerte segura.

Según el testimonio de un joven ecuatoriano que los Zetas creyeron muerto después de las ejecuciones en un inmundo hangar, la carnicería se produjo porque los indocumentados se negaron a trabajar a las órdenes de los capos de la droga. El grupo había llegado hasta allí con la ilusión de proseguir y mandar remesas a sus familiares con el fruto de su esfuerzo. Pobres hombres y mujeres que murieron vendados y con un tiro en la cabeza. Cadáveres amontonados como corderos ensangrentados en el matadero. El espanto en sus rostros antes del silencio, sin alcanzar a explicarse cómo puede uno cifrar su salvación en el espejismo de una vida mejor a cambio de un vía crucis apocalíptico.

Los gobiernos del Primer y el Tercer Mundo se reúnen en costosas cumbres para discutir el problema del tráfico humano, cómo controlar las fronteras y poner freno a la millonaria oferta de estupefacientes como consecuencia de una golosa demanda planetaria. Firman documentos y más documentos; erigen murallas y prolongan las alambradas; hay escaramuzas en las calles y las tropas avanzan cuando no retroceden. El debate de la legalización de las drogas vs. la criminalización se eterniza y resulta repetitivo. Sin embargo, nada detiene el curso de un submundo paralelo donde se cometen los crímenes más atroces y las víctimas nunca ven la luz del día. Lo sucedido en Tamaulipas desarma a cualquier Estado.

Habría que recorrer los pueblos y barriadas marginales de Latinoamérica mostrando en las escuelas, los ayuntamientos, las iglesias y las plazas las fotos terribles de los 72 inmigrantes ejecutados. Una terapia de choque para arrancarle del pecho a la gente humilde el deseo de emprender el camino hacia al Norte a cualquier precio. Qué triste realidad la suya: desean irse a toda costa porque viven en sociedades incapaces de generar porvenir. Y en el trayecto descubren que la esclavitud más abyecta aún pervive. Los sucesos de Tamaulipas sólo son un asomo a muchos infiernos.

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