La dramática situación que se vive en Cuba no deja de sorprender a diario. A las quejas de Pablo Milanés, quien de una manera sutil pero contundente se ha lamentado del fracasado experimento castrista y de la falta de libertades, hay que sumar la desesperación de tres etarras que se lanzaron al mar para huir de la isla. Ver para creer.
Resulta ser que Elena Barcena, Francisco Pérez Lekue y Etxarte Urbieta, miembros históricos y del ala más radical de la banda terrorista que desde hace años viven en la Habana, se decidieron a fugarse de su santuario a bordo de una lancha de recreo. Aparentemente, antes de su deserción del "paraíso" socialista enviaron una carta en la que protestaban por considerar que vivían en un cárcel. Al menos por una vez este trío de terroristas ha acertado a la hora de definir la realidad cubana. Al final han comprendido que la sociedad que construyeron los hermanos Castro –y que ellos mismo desearon para el País Vasco– no es nada más que una inmensa jaula. Barcena, Lekue y Urbieta son otras tres almas en pena junto al resto de la población.
Tan insoportable debía de ser su vida allí, que prefirieron embarcarse en una peligrosa aventura antes que resignarse al encierro. Sin embargo, como les ha sucedido a miles de cubanos a lo largo de más de medio siglo de dictadura, fueron interceptados por las autoridades chavistas en territorio venezolano y han sido devueltos a Cuba. Pobres. Tan mala fue su fortuna que no llegaron a algún otro país donde tal vez hubiesen podido explicar su insólita odisea. Sencillamente huyeron de la boca del lobo y se metieron en otro agujero donde les esperaba nada menos que el mejor amigo de su cancerbero. ¿Cómo explicarle al discípulo de Fidel que es mejor naufragar antes que padecer los rigores del socialismo del siglo XXI que está empeñado en trasplantar en Sudamérica.
Sin proponérselo, los tres etarras, que en el pasado ya habían sufrido una azarosa travesía marítima desde Cabo Verde a Cuba, han pasado a formar parte de la legión de balseros que arriesgan sus vidas en el estrecho de la Florida antes que continuar bajo condiciones nefastas. Ellos también estaban dispuestos a cometer la locura de navegar en un cascarón con tal de alejarse para siempre de un país que les dio albergue pero les privó de su libertad de movimiento.
De nuevo en su mazmorra, Barcena, Pérez Lekue y Urbieta se confunden en el paisaje de seres amordazados que deambulan por las calles a la espera de una embarcación ilícita que los lleve a otra parte del mundo menos inhóspita. A su manera muy particular, coinciden con el diagnóstico del talentoso Milanés: el castrismo no vale nada. ¿O acaso era la vida?