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¿Y ETA qué piensa de esto?

Desde el punto de vista etarra, la pérdida para los nacionalistas del Gobierno vasco es la constatación del fracaso de éste en los últimos decenios; la pusilanimidad independentista del PNV han conducido a la pérdida del poder.

Tras las elecciones pasadas en el País Vasco ha ocurrido lo que tanto para el PNV como para ETA era impensable e incomprensible hace algunos años: que no hubiese un partido de la gran familia nacionalista ocupando el palacio de Ajuria Enea. El desconcierto reinante entre las filas peneuvistas, unido al pánico ante la llegada de un partido maketo a su administración, ha ocasionado parálisis y reacciones malhumoradas en el partido, que se confundía con un régimen y con una empresa. Pero reaccionará, y el poder que después de treinta años de control de la administración tiene el PNV sobre todo el entramado público y privado vasco será uno de los factores fundamentales de los próximos años.

En el caso de ETA, es aún peor. Con la caída del Gobierno del PNV pierde, aunque un rival, un amigo en el poder. Son ya conocidas las relaciones íntimas de los peneuvistas con los etarras, así como el hecho de que unos han salido en defensa de otros cuando las cosas se torcían. Por muy pocas reformas auténticas que haga López, el simple cambio supone ya un problema para ETA. Su situación empeorará progresivamente a partir de ahora. Tiene por lo tanto todos los motivos del mundo para amenazar al Gobierno, como realizó en el comunicado con ocasión del Aberri Eguna de hace algunas semanas. Lo que piensa, está claro.

Amenazas serias, pero menos que antaño. Hace veinte años, el desalojo de un Gobierno nacionalista de Vitoria hubiese ocasionado serios problemas de orden público, dada la fortaleza abertzale. Hoy, los etarras son incapaces de movilizar a su masa social contra el nuevo Ejecutivo de López. El paso de los años fue restando participación a las movilizaciones de la izquierda abertzale, hasta el punto de que a principios de los noventa tuvo que profesionalizar la calle con los grupos. Y durante un tiempo, palió su descenso social con la organización minuciosa del terrorismo callejero.

Pero hoy ETA ha perdido definitivamente la calle. Es cierto que la permisividad política que hace dos años mantenían tanto el Gobierno de Zapatero como el de Ibarretxe dieron oxígeno al cinturón político-social de ETA. Pero los instrumentos penales y policiales puestos en marcha por el partido Popular entre el año 2000 y el 2004 –reformas del Código Penal y de la Ley del Menor, Ley de Partidos– se han mostrado demoledores para la banda, y hoy ni siquiera puede activar a sus comandos de kale borroka, cuyos miembros se quedan en casa, han dejado de actuar o han huido a la clandestinidad apresuradamente.

Queda, por tanto, la acción terrorista. Suena muy desgastado, por repetido hasta la saciedad, pero el estado de ETA es de franca debilidad. El grado de implicación de la dirección de ETA en cada acción terrorista es directamente proporcional al grado de debilidad de la banda. Que el propio Martitegi aleccionara y entregara el material al comando detenido hace unas fechas muestra dos cosas; desconocimiento de medidas básicas de seguridad para un grupo terrorista, y una gran escasez de efectivos y de logística para la preparación de atentados. Pese a su retórica belicista, el hecho político más relevante de los últimos decenios, coge a ETA en uno de los peores momentos de su historia.

A ETA le hace falta una muestra de fortaleza, con dos objetivos. El primero relacionado con el significado y las perspectivas de un Ejecutivo no nacionalista. No sólo por el cambio en la política del Gobierno vasco hacia ella. Un lehendakari españolista en Ajuria Enea –por muy enemigo de la Constitución que sea López, para los etarras es un demonio español– es un contrasentido para la banda; el mundo nacionalista lo considera deslegitimada y ETA legitima y deslegitima de una única forma, el terror.

Pero además, desde el punto de vista etarra, la pérdida para los nacionalistas del Gobierno vasco es la constatación del fracaso de éste en los últimos decenios. Para los pistoleros etarras, la pusilanimidad independentista del PNV y su moderación política al aceptar el Estatuto han conducido a la pérdida del poder en manos de los españolistas. Tras el fracaso del PNV, sería hora de que otros lideraran la lucha por la independencia, y qué mejor que aquellos que se han situado siempre fuera del sistema, combatiéndolo. A esto se une la propia debilidad peneuvista, con el partido dividido y con parte de él viendo la solución en un nuevo frente nacionalista unido.

Desde luego, está por ver que el PSE haga una política realmente alternativa a la nacionalista –sobre todo con el precedente catalán– y no sólo hereditaria. Y ETA no está en disposiciones de liderar nada, acorralada y debilitada. Pero el análisis histórico nunca ha sido el fuerte de la banda, y menos ahora. Al menos por ambas cosas, ETA busca hacerse presente con motivo de la investidura de Patxi López como lehendakari. Y buscará hacerlo en los próximos días.

El macabro juego del gato y el ratón ocupa ahora a las fuerzas de seguridad y a los miembros de ETA. La máxima alerta está justificada. ETA cuenta con muy pocos comandos, con escasa capacidad logística y con escasa preparación de sus miembros. Pero mantiene aún algunos escondites y arsenales, y la capacidad suficiente para fabricar explosivos. El problema es que para un crimen basta con ello, con un etarra menos torpe que los demás y un coche no detectado o una furgoneta que pueda eludir el cerco policial. Y la voluntad de ETA, que sabe que se juega su credibilidad en estas fechas. Recemos para que los éxitos policiales sigan conteniendo y arrinconando los esfuerzos de la banda por situarse en el centro del escenario político vasco.

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