En los años 60 y 70 en España, cuando el paso del tiempo envejecía al caudillo, surgió un eslogan para tranquilizar a las despolitizadas masas: "¿Después de Franco? Las instituciones". Y esas instituciones eran el Consejo del Reino, las Cortes orgánicas, las Leyes Fundamentales, el Ejército de la Victoria y, coronándolas todas, el príncipe Juan Carlos, heredero de Franco a título de rey. Luego se desmontaron esas instituciones y estableció un régimen político idéntico a los que había en Europa occidental: elecciones, partidos y monarquía parlamentaria.
En Venezuela, el cáncer está causando la misma inquietud que la edad en la España de hace 40 años: Hugo Chávez, presidente del país desde 1999, reconoció en el verano de 2011 que padecía la enfermedad. Pese a las declaraciones gubernamentales y a las repetidas apariciones del dictador caribeño en diversos actos, los rumores sobre su verdadero estado de salud se acrecientan sin que nada pueda disiparlos. El calendario electoral para 2012 que fijó el Consejo Nacional (otro organismo controlado por los chavistas), en el que las elecciones presidenciales se adelantaban al 7 de octubre, en vez de mantenerlas en diciembre, avivó las especulaciones sobre el diagnóstico del jefe del Estado. Ahora se comenta que Chávez incluso podría fallecer antes de las elecciones.
Chávez y sus acólitos habían planeado su reinado hasta 2031. Para ello habían modificado la Constitución que habían hecho aprobar en 1999 con el fin de introducir la reelección ilimitada, con lo que Venezuela regresaba así a los tiempos de los dictadores militares Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez. Pero con el prócer a las puertas de la muerte, la amalgama de grupos que forman el chavismo ha empezado a prepararse para la sucesión. Franco dejó tras de sí un país en paz y estable, con un heredero aceptado incluso por la oposición, pero no es el caso de Chávez, que ha elevado su voluntad al rango de principio constitucional máximo.
Entre los candidatos a suceder a un Chávez agonizante o difunto están su hermano Adán, al que se considera más castrista que Hugo, hasta el punto de que desempeñó la embajada de Venezuela en Cuba. El vicepresidente Elías Jaua, un hombre gris pero fiel a Chávez y de larga experiencia gubernamental, es otro posible sustituto. El régimen chavista en todo caso carece de mecanismos institucionales para realizar una transición monárquica al estilo de la hecha en Cuba, donde Fidel abdicó en su hermano Raúl.
Lo que más preocupa a los venezolanos –e igualmente debería preocupar a la comunidad internacional– no es el nombre del tapado de Hugo Chávez, sino el mantenimiento del Estado y de su soberanía. En estos años, Chávez ha convertido su país en un refugio y una plataforma para grupos terroristas como las FARC, narcotraficantes, técnicos cubanos, agentes iraníes y hasta etarras. Además, ha llenado el país de armas ligeras y ha permitido el aumento de la violencia en las calles (19.000 homicidios en 2011). Un nuevo presidente, sea chavista o sea de la oposición –ésta quiere presentar un candidato único– se encontraría con un Estado ingobernable.
Después de Chávez bien podría ocurrir que el primer Estado fallido de América no fuera ni Nicaragua, ni Jamaica, ni el norte de México, sino Venezuela: los distintos poderes que se han desparramado por el país podrían ponerse de acuerdo en conservar una apariencia de institucionalidad que les permita mantener sus bases o por el contrario podrían hacerse trozos de ese Estado.