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Varsovización energética

A Zapatero le parecía aberrante ser aliado de Estados Unidos en la guerra contra el terror, pero no le parece nada mal poner la soberanía energética española en manos de la osocracia del Kremlin.

Una de las características más importantes del neosocialismo español, y que le diferencia del populismo clásico, es que es profundamente antinacional: en vez de apelar a los sentimientos nacionales o nacionalistas, los combate. El Gobierno de ZP considera que tanto la nación española como el Estado son conceptos conservadores y arcaicos, herencia de un pasado y una tradición que es preciso dejar atrás cuanto antes.

En política interior, esto lleva al progresivo desmantelamiento de la estructura estatal constitucional, así como al rechazo moral e intelectual de todo lo referido a la nación española. Este odio a la nación y a su estado desemboca en los pactos con los distintos independentistas antiespañoles, al cordón sanitario e incluso a concebir que la negociación con ETA tiene sentido. Zapatero se lleva tan bien con los enemigos de España porque cree que tienen razón en el odio a la nación. Además desde que en 2004 llegó a la Moncloa, la libertad económica en nuestro país sufre un lento retroceso.

En política exterior, el PSOE no cree que deba defender los intereses de España, porque ni cree en los intereses nacionales –supuestamente muestra de egoísmo capitalista– y no cree en España, cuyo pasado y tradición son considerados conservadores y trasnochados. Por esa razón Zapatero practica el apaciguamiento ante el terrorismo islámico, se siente atraído por el populismo antiespañol de Chávez o Morales, y considera amigos a los enemigos de los valores occidentales, cristianos o liberales propios de la nación española. Y no siente escrúpulos en pactar y relacionarse con ellos como si tal cosa.

Esta deriva ideológica se está mostrando en la posición del Gobierno de Zapatero ante los intentos de Lukoil por hacerse con Repsol. Nosotros aquí ya dábamos ayer las razones por las que España debe impedir que Rusia meta la zarpa en el mercado energético. Pero el problema es que la independencia energética de España respecto a Rusia como interés estratégico no tiene sentido si el Gobierno no cree ni en el mercado libre ni en el interés de España. Los que queremos una España fuerte, soberana, orgullosa y activa en un mundo libre lo tenemos claro, pero ¿y quienes consideran que esto es algo anticuado y poco progresista? Pues se escudan en un libre mercado en el que no creen para seguir desgastando los intereses y la nación española, y, de paso, el funcionamiento del libre mercado.

Otro componente explica, además, la posición de Zapatero ante el expansionismo energético ruso: el antiamericanismo radical, que le lleva a posicionarse siempre al lado de quienes desafían a Washington. Si algo se prevé para los próximos años es un aumento de la agresividad de la Rusia de Putin hacia Estados Unidos y los valores liberales y democráticos que representa en Europa. Ya con la agresión contra Georgia, a Zapatero le faltó tiempo para plantarse en Moscú para mostrarse preocupado por la posibilidad de que Estados Unidos declarara una nueva guerra fría. Y ahora se muestra indiferente ante la posibilidad de que el régimen moscovita, esa mezcla de autoritarismo y cosa nostra, reviente el mercado energético español y europeo.

A Zapatero le parecía aberrante ser aliado de Estados Unidos en la guerra contra el terror, pero no le parece nada mal poner la soberanía energética española en manos de la osocracia del Kremlin. Caer bajo la zarpa energética del imperialismo de Putin le parece más tolerable que la alianza con la república americana, quizá porque considera que la verdadera amenaza para el mundo son los Estados Unidos y no Rusia. Hoy el Kremlin amenaza abiertamente a quienes tienen la desgracia de compartir frontera con ella, comparte intereses y alianzas con regímenes antidemocráticos y busca dominar Europa mediante la persuasión energética. Está construyéndose un cinturón de seguridad, un glacis de fuerza e intereses que ya no se basa en el Ejército Rojo, sino en esa mezcla de métodos mafiosos, explotación de las debilidades occidentales y amenazas veladas y no tan veladas de la diplomacia rusa actual.

Que pueda o no ser la agresiva potencia que quiere ser no impide que busque serlo, desestabilizando todo lo que toque a su alrededor. Preocupante es que los vecinos de Rusia teman el regreso de un Pacto de Varsovia putincrático en el siglo XXI sin que nadie les haga caso, pero peor es que la mano rusa llegue a la varsovización energética de España, invitada además por el neosocialismo de Zapatero.

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