Las elecciones primarias se extienden por Hispanoamérica. Ayer se celebraron unas en Chile para elegir a los candidatos a la presidencia, que se enfrentarán en noviembre. El recuento confirma lo que señalaban las encuestas: Michelle Bachelet conseguirá ser la primera expresidenta reelecta.
La socialista Bachelet obtuvo casi 2,2 millones de votos y superó de largo a todos sus rivales en la Concertación. En la Alianza por Chile, que actualmente gobierna, el vencedor ha sido Pablo Longueira, frente a Andrés Allemand, con unos 410.000 votos. Longueira proviene de la UDI, el partido de derechas sin complejos de Chile, y que ha llegado a ser el más votado del país pese a haber sido formado por personalidades del régimen militar. La derrota de Allemand, miembro de Renovación Nacional, el mismo partido del presidente Piñera, es la última derrota –por ahora– que sufre éste.
Las consecuencias de las primarias son dos. La primera, que el Gobierno tecnocrático de Piñera ha sido un éxito económico y un fracaso político. El empresario Piñera era partidario de la corriente de poca política y mucha administración y estaba convencido de que bastaba con elevar el nivel de vida de los chilenos para garantizar una nueva victoria de su coalición. Desde el primer momento de su mandato, la izquierda no le dio tregua, con manifestaciones en las calles, insultos y nuevos proyectos políticos. El resultado está a la vista: crecimiento del PIB y del empleo y batacazos electorales.
La segunda, que los chilenos van a tener, como los españoles, su Zapatero. Una de las claves del éxito de la transición en Chile y su espectacular desarrollo económico fue la aceptación por el Partido Socialista de sus equivocaciones en los años de la Unidad Popular, la aceptación de la Constitución pinochetista de 1980 y el pacto con la derecha y la Democracia Cristiana para reformarla, respetando sus principios de libre mercado y su institucionalidad.
Bachelet ha regresado a su país después de estar dos años en la ONU dirigiendo la agencia para la igualdad de género. Es decir, se presenta con la nueva ideología de la izquierda: al Hombre Nuevo no por la economía sino por el sexo. Ha descubierto de pronto que el matrimonio homosexual es magnífico y que se tiene que aprobar en Chile, cuando se opuso a él en su presidencia. También ha aceptado el plan de la extrema izquierda de abrir un proceso constituyente para derogar la Constitución, cuya última modificación profunda se realizó en 2005, paradójicamente bajo el Gobierno de otro socialista, Ricardo Lagos.
Bachelet llega dispuesta a ser la Zapatero de Chile. Ambos comparten un discurso escurridizo, el olvido de sus actos y palabras anteriores y un programa para subvertir la sociedad. Zapatero logró aplicar ese programa. Bachelet está en camino. A no ser que la derecha chilena logre mostrar a sus compatriotas la herencia de Zapatero en España.