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¿Todo vale?

Ya no es sólo Karzai el que está bajo sospecha sino también los propios organismos internacionales, supuestamente garantes de los comicios.

Según Transparency International, Afganistán es uno de los países con peor nivel de percepción de la corrupción en el sector público, ocupando el puesto 176 de 180 países. No en vano, la corrupción del Gobierno afgano y la escasa presencia del Estado en muchas áreas del país son causas importantes del deterioro de su situación, junto con la falta de seguridad, las reticencias de algunos países de OTAN a contribuir activamente en los combates contra insurgentes o las víctimas civiles.

El alud de denuncias por corrupción y fraude en los comicios del 20 de agosto que según los resultados provisionales dieron la mayoría absoluta al actual presidente ha deslegitimado todo el proceso electoral. Si en su momento la comunidad internacional aplaudió la jornada electoral a pesar de la baja participación (38,7 por ciento), ahora una parte de ella denuncia la falta de transparencia.

Mientras la Comisión Electoral de Afganistán está investigando las denuncias por fraude y su posible repercusión en los resultados provisionales, la misión de observadores de Unión Europa ha cifrado en 1,5 millones los votos –uno de cada cuatro– sospechosos de fraude. Por otro lado, Peter Galbraith, el número dos de Naciones Unidas en Afganistán, ha sido destituido tras acusarse a la ONU de haber ordenado esconder pruebas sobre el fraude electoral que el propio personal del organismo internacional consiguió recopilar el día la votación. Al parecer, su superior le señaló en diversas ocasiones que era mejor no remover el tema del fraude electoral, porque ya había suficiente tensión en el país como para ir echando más leña al fuego. Un escándalo.

Ya no es sólo Karzai el que está bajo sospecha sino también los propios organismos internacionales, supuestamente garantes de los comicios. Seguramente por ahorrarse el trago de una segunda vuelta que, además de ser un regalo para los talibanes, debería aplazarse hasta la primavera por la imposibilidad de convocarlos en el duro invierno afgano. Además, los simpatizantes de los candidatos derrotados podrían también recurrir a la violencia si juzgaran que los resultados de las elecciones fueron fraudulentos. ¿Son razones suficientes para hacer la vista gorda?

Incluso descontando los votos fraudulentos, parece que Karzai ganó de todas formas las elecciones. Pero ahora, la falta de credibilidad de las elecciones presidenciales de agosto ha dado paso a una crisis política que no deja de lado la violencia y el terrorismo que siguen golpeando cada vez más al país. ¿Debe Estados Unidos y la OTAN aceptar un segundo mandato de Karzai a pesar de haber intentado robar las elecciones, mientras al mismo tiempo crece el escepticismo sobre la legitimidad de los comicios? Difícilmente se puede ayudar al actual Gobierno afgano a que tenga el apoyo de la población después de lo ocurrido.

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