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Sillas de montar calientes

Los más europeístas son, en el fondo, los más cínicos de los realistas, y los que están echando a perder las mismas instituciones que les dan de comer.

Los europeos no están hoy precisamente de enhorabuena. El espectáculo de sus países saltando de silla en silla, rifándoselas, apartándose los unos a los otros para estar sentados en la cumbre de Washington, ha mostrado la total incapacidad europea para tener una postura coherente en aspectos fundamentales, que hacía ya tiempo debían haber sido comunes. La postura europea hacia la cumbre ha sido de división, rivalidad y ruptura institucional. Lo que, teniendo en cuenta que el proyecto europeo nació partiendo de una unión económica, no deja de ser una regresión institucional importante.

No es sólo la división de los países europeos. La cumbre de Washington es una muestra más de la profunda corrupción moral que afecta al entramado institucional europeo. Sus dirigentes son ya incapaces de respetar las reglas diplomáticas más básicas, de cumplir con los usos y la educación hacia sus instituciones. Y es que a estas alturas produce sonrojo tener que recordar el hecho evidente de que Sarkozy está en Washington ocupando la silla en representación de todos los países de la UE. Su silla no le pertenece a él, sino que pertenece a la Unión Europea. Que la presidencia europea haya decidido a conveniencia qué países sí y que países no le acompañan en su aventura washingtoniana muestra hasta dónde ha llegado el despotismo institucional europeo. Y que la sociedad europea acepte como natural y lógico que su presidencia de turno señale a dedo cuál es su séquito europeo muestra hasta qué punto su deriva cívica es más grave de lo pensado.

Los europeos se pasan por donde les place las más básicas reglas de la diplomacia, escritas y no escritas, que son las que regulan las relaciones internacionales. Digamos de nuevo avergonzados que Sarkozy no tiene dos sillas. Tiene la silla francesa, que le pertenece, y la silla europea, que no le pertenece. Ésta no la puede ceder, puesto que no es suya y ni loco la cedería el francés. Lo que ha hecho es juguetear con la otra de manera impropia. En España, la progresía y la generación obama celebran que Sarkozy ceda la silla de Francia a Zapatero, como si esto fuese un homenaje gratuito francés a los héroes de 1808, pero no es ésa la cuestión. La cuestión es qué seriedad diplomática se desprende del hecho de que la asistencia a estas reuniones se convierta en un casino o en un mercadillo de barrio, donde los europeos se repartan a tirones el favor del presidente de turno.

Demasiado pronto se ha dado por bueno el hecho de que Francia, lejos de no estar representada, lo está por Sarkozy desde su segunda silla. Pero sólo desde una corrupción moral profunda se puede aceptar como normal que el representante europeo lo sea en verdad el de uno de los países miembros. ¿En nombre de quien va a hablar Sarkozy, en el de la UE o a Francia? ¿Aceptamos tranquilamente entonces que la presidencia de turno de la UE está para que el presidente de turno la use según su propio interés? Quizás, pero entonces convengamos en que los más europeístas son, en el fondo, los más cínicos de los realistas, y los que están echando a perder las mismas instituciones que les dan de comer.

El espectáculo es lamentable. El baile de sillas, las carreras y los saltos de asiento en asiento muestran hasta qué punto la diplomacia europea ya no se respeta ni a sí misma. Su clase política es incapaz ya de cumplir las propias normas de las que ellos mismos se han dotado. Ni creen en Europa ni se preocupan de disimularlo. Les da igual una cosa que la otra, cambian las reglas del juego a voluntad, mercadean, trapichean, se timan entre ellos y si se tienen que meter todos en una misma silla, lo hacen. Aquí el que no corre vuela, y de lo que se trata es de montarse en la primera silla que se pone a tiro, sea propia o la ajena, da igual cómo y por qué.

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