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Si en Túnez ganan, ¿en dónde no?

Si los entusiasmos suscitados en Occidente por el proceso tunecino son ilusorios o realistas es una de las grandes cuestiones que está por ver y concierne a la naturaleza política actual de todo el islamismo.

Las elecciones tunecinas del pasado domingo han recibido internacionalmente magníficas calificaciones, primando la forma sobre la sustancia. Las formas importan y el modo de desarrollo de una consulta electoral pertenece a la esencia misma de la democracia. En Túnez resultó impecable y el pequeño país ha vuelto a tomar la delantera en el proceso de revueltas y transformaciones árabes, proporcionando una inyección de esperanza en el sentido de mayor democracia. Pero la sustancia ha consistido en que el ganador fue el partido islamista Nahda [Renacimiento, o Ennahda, poniéndo como prefijo el artículo, como es la norma en árabe] y esto, en principio, puede apuntar en la dirección opuesta a la impecabilidad de las formas. Túnez es, con gran diferencia, el país más preparado para el cambio en el que Occidente pone todas sus ilusiones. Donde se da el mayor número de mujeres que rechazan el velo, donde una considerable capa de gente instruida bebe con fruición la cultura francesa y también la americana. Donde el padre de la patria, Burguiba, impuso la casi igualdad entre la mujer y el hombre. Donde suponíamos que el islamismo político era más débil y más moderado. Ahora sabemos que, en todo caso, es la primera fuerza organizada del país, con el 41% de los votos y, en perfecta proporcionalidad, 90 escaños sobre 217, en unos comicios en los que participaron el 90% de los electores,

Queda el decisivo tema de lo que llamamos moderación, concepto que les es absolutamente ajeno y que no les gusta ni mucho ni poco. Hay buenos y malos musulmanes y también los hay tibios, del tipo de los que dicen creer con ciertas reservas, practicar sólo un poco y admitir ideas y costumbres foráneas. No es que sean moderados, y definitivamente no son buenos.

En interpretaciones que no se consideran ni rigoristas ni radicales, sino simplemente fieles y ortodoxas, la democracia no es más que anti-islámica, precisamente por ser el gobierno del pueblo por el pueblo, que de esa manera usurpa una prerrogativa de Dios respecto a sus criaturas. Si esa visión del Corán se mantiene, tendremos un nuevo caso de democracia como un hombre, un voto, una vez. Si verdaderamente respetan la alternancia y la pluralidad de ideas, habrá comenzado el cambio que soñamos. No es nada propio del Islam respetar lo que consideran el error religioso, cuando pueden permitirse no hacerlo, como nadie admitiría, dicen, que un maestro enseñase que dos más dos son cinco. Si otras religiones practican ese respeto, será que no están tan convencidas de sus creencias. Los infieles han ser ciudadanos de segunda o tercera categoría, consentidos a cambio de que acepten su status y paguen impuestos extra. Así fue en el pasado. La tolerancia hoy es mucho más escasa que abundante.

Si los entusiasmos suscitados en Occidente por el proceso tunecino son ilusorios o realistas es una de las grandes cuestiones que está por ver y concierne a la naturaleza política actual de todo el islamismo.

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