Los secuestros en tierra y la piratería en el mar siguen contribuyendo a sumir a Somalia en el caos, complementando a la imparable ofensiva de los yihadistas salafistas de Al Shabab, los principales aliados de Al Qaeda en el inestable Cuerno de Africa.
Los secuestros se han reactivado en las últimas semanas. El 14 de julio, dos funcionarios franceses eran capturados en el hotel Sahafi, en la capital somali. El secretario general de la Presidencia francesa, Claude Guéant, reconocía que estaban en misión oficial para preparar la seguridad personal del presidente del Gobierno Federal de Transición. Tras pasar por manos del grupo Hizbul Islam –también islamista radical–, acababan en poder de Al Shabab, que el 18 de julio anunciaba que serán juzgados aplicando la Sharia. El cargo, ser espías llegados "para ayudar al Gobierno apóstata de los enemigos del islam". Estas amenazadoras palabras preocupan en Francia, aunque a buen seguro no van a doblegar la voluntad de este país de seguir comprometido con la lucha contra la piratería y contra el terrorismo en esta zona de mundo.
Aparte de su muy visible presencia militar en el vecino Yibuti, Francia ha participado en tres operaciones armadas contra la piratería desde la liberación del yate Le Ponant en abril de 2008. En ellas ha eliminado a varios piratas, algunos de ellos en suelo somalí, y 15 ciudadanos de dicho país están encarcelados en Francia a la espera de juicio. Francia participa también en la Operación Atalanta de la Unión Europea, cuyo mando es español hasta finales de este mes, que se sigue haciendo necesaria y que habría que reforzar. El 18 de julio los piratas anunciaban en Eyl la liberación de un carguero alemán contra el pago de un rescate de 1,8 millones de dólares: el Ministerio alemán de Asuntos Exteriores pronto confirmaba que se trata del carguero Victoria, secuestrado el 5 de mayo, mientras que el también alemán portacontenedores Hansa Stavanger sigue secuestrado desde el 4 de abril.
No hay que olvidar que la lucrativa industria somalí del secuestro se extiende también a los países limítrofes, en particular a Kenia. El 17 de julio eran secuestrados tres empleados humanitarios, trasladados de inmediato a la región de Bulohawo, en suelo somalí. El que Al Shabab haya desmentido su participación en este secuestro permite vislumbrar una autoría atribuible al bandidismo, como ocurriera con el secuestro de dos religiosas también en suelo keniata el pasado noviembre y que fueran liberadas en Somalia el 19 de febrero. En cualquier caso el efecto disuasorio para los extranjeros es el mismo. Recordamos además que ocho aún permanecen en manos de sus secuestradores desde 2008: un periodista y un fotógrafo desde el pasado 23 de agosto, y cuatro empleados europeos de la ONG francesa Action contre la Faim y sus dos pilotos keniatas desde principios de noviembre.
Resulta preocupante: Al Shabab quiere aislar a Somalia del resto del mundo para imponer una dictadura yihadista. A tal fin, el 20 de Julio exigía a tres agencias de la ONU –PNUD, UNPOS y UNDSS– su inmediata evacuación por mostrarse enemigas del islam. La respuesta, al día siguiente, de John Holmes –secretario general adjunto para Asuntos Humanitarios–, mostrando la voluntad de Naciones Unidas de mantener sus operaciones a pesar de la amenaza, y a pesar también del reciente ataque contra sus oficinas en Baidoa, debería verse acompañado de un mayor compromiso internacional con este desafiante frente terrorista lleno de dificultades diplomáticas y de emergencias humanitarias.