La Constitución de Honduras establece taxativamente el límite de cuatro años para los presidentes hondureños. Más aún: sabiamente, prohíbe reformar la Constitución para cambiar este límite temporal. Además, como toda constitución, tiene mecanismos para ser reformada. La reforma no es facultad del presidente, sino del Congreso, que es quien tiene la potestad para convocar un referéndum, vía Asamblea Constituyente.
Zelaya, siguiendo la estrategia de Chávez o Morales, buscó la ruptura constitucional desde dentro. Con una doble ilegalidad: primero reformando la Constitución allí donde está prohibido hacerlo, en lo relativo al límite de su propio mandato. Y segundo, hacerlo él, cuando no tiene la potestad para ello. Pese a todo, con el apoyo de Hugo Chávez, ha estado trabajando últimamente en lo que es un ataque directo al ordenamiento constitucional hondureño. Es la primera conclusión de lo que ocurre en Honduras: el origen está en el golpe que, desde dentro del sistema, buscó dar Zelaya contra las instituciones democráticas.
Todas las instituciones democráticas habían advertido que el referéndum era ilegal, oponiéndose. Cuando decimos todas, decimos todas: El Congreso, la Corte Suprema de Justicia, el Consejo Nacional Electoral, la Procuraduría General de la República o el fiscal general del Estado declararon ilegal el referéndum, al igual que el Partido Liberal, al que pertenece Zelaya. Pese a todo, éste ha continuado con su iniciativa. Así, segunda conclusión: Zelaya está enfrentado a todas las instituciones democráticas hondureñas, sin excepción.
En tercer lugar, Zelaya contaba y cuenta con el apoyo de Hugo Chávez, que no es poco. El petrotirano venezolano envió las papeletas para el referéndum a Honduras, cuya Fiscalía General, en buena lógica, las requisó. Pero Chávez y Zelaya están haciendo algo más: aplicar los métodos bolivarianos en Honduras. Chávez y Ortega ya habían enviado "asesores" a Tegucigalpa. Siguiendo los usos y costumbres chavistas, Zelaya movilizó a los suyos, que entraron en las dependencias militares donde se custodiaban las requisadas papeletas, llevándoselas. Busca organizar unas milicias callejeras a imagen y semejanza de las chavistas, para presionar a las instituciones hondureñas desde dentro y desestabilizar la democracia.
En cuarto lugar, el ejército acató una orden de la Justicia, avalada por el Parlamento y el resto de instituciones democráticas. Es cierto que las formas –la salida de Zelaya de noche, en pijama, para ponerlo en un avión con destino a Costa Rica– no son las más edificantes. Es cierto que podría haber sido simplemente destituido o detenido. Pero también es cierto que la presencia de Zelaya en Tegucigalpa hubiera supuesto –y lo supondrá el jueves si cumple la amenaza de volver– un factor de inestabilidad en las calles, donde los suyos ya generan disturbios. Pero lo fundamental es que el ejército actuó siguiendo las órdenes de las instituciones democráticas. No hay ni asomo de un golpe militar, sino de medida drástica tomada por las instituciones legítimas.
En quinto lugar, el comportamiento de las instituciones de Honduras ha sido y es democrático. Cumpliendo las órdenes legítimas, el Ejército destituyó a Zelaya, y siguiendo lo previsto en la Constitución, fue sustituido temporalmente por Roberto Micheletti, presidente del Congreso. En sesión parlamentaria, éste fue ratificado hasta la prevista celebración de nuevas elecciones en noviembre. No ha habido violencia de ningún tipo, ni limitación de las garantías legales, más allá de lo puntual en momentos puntuales, siempre según el ordenamiento constitucional. Ni se ha cambiado el ordenamiento jurídico, ni ningún tipo de ley.
En sexto lugar, Zelaya consumará o no el golpe de acuerdo con las reacciones internacionales. De un lado están las instituciones democráticas hondureñas, que por ahora se mantienen unidas: de otro, el conspirador Zelaya y sus patrocinadores, Chávez y Ortega, cargados de petróleo, dólares y malas intenciones. Zelaya ya ha amenazado con volver el jueves y movilizar a todos los partidarios que pueda en las calles, con la amenaza de sembrar de violencia el país para forzar a las instituciones.
Desgraciadamente, la reacción de la comunidad internacional ha supuesto un duro golpe para la democracia hondureña. Desde Obama –que ha hecho del abandono a los demócratas que hay por el mundo su principal seña diplomática–, al progresismo europeo –que siempre ha preferido una dictadura izquierdista a una democracia parlamentaria–, todos han tomado partido por el eje chavista. El caso más enfermizo es el de Moratinos, siempre dispuesto a echar una mano a los déspotas del mundo, en cualquier continente. Por nuestra parte, sólo podemos lamentar la soledad de las instituciones democráticas en aquel país, abandonadas a su suerte por buena parte de la comunidad internacional mientras sus enemigos las acosan.
¿Resistirá Honduras? Si cede a la presión exterior, el chavismo comenzará a roer las instituciones hondureñas, que caerán en la órbita de Venezuela y que se deslizarán hacia una dictadura. Por el bien de la democracia, la libertad y los derechos humanos, esperemos que Zelaya pierda y Honduras resista.