Pocos organismos han estado en España más ligados al escándalo como el CNI, antes CESID. Desde su papel en el 23F pasó a convertirse en instrumento al servicio de Felipe González, con figuras como Manglano y Perote implicadas en múltiples escándalos que nos costaría enumerar en una sola columna: a mediados de los noventa, no había ni un sólo día en que el organismo y sus espías no saliesen en las portadas de la prensa nacional. La tranquilidad lograda bajo la dirección de Dezcállar, aparente y cosmética, se rompió con el ataque del 11M. El CNI no sólo fue incapaz de intuirlo, sino que se ha visto cuestionado por su oscuro papel en todo el asunto. A partir de 2004 nuestro servicio de inteligencia ha vuelto a sus peores vicios: el silencio siciliano impuesto por Bono y Saiz acabó llevando otra vez al CNI a las portadas con acusaciones de corrupción, lo que dio paso a la escandalera con el proceso de negociación con ETA. El regreso a directores militares, con Sanz Roldán ejerciendo de correa de transmisión socialista en el organismo, ha mostrado que los militares pueden ser más implacables contra los suyos que cualquier civil pacifista.
Todo ello mientras en los grandes retos para la inteligencia española –el auge de AQMI en el Sahel, la primavera árabe, o la permanente amenaza marroquí–, el CNI ha llegado siempre tarde, y eso cuando lo ha hecho, y cuando lo ha hecho sin ir cargado de dinero para pagar rescates. Hoy, con la inteligencia jugando un papel fundamental, y cuando España deberá potenciarla ante la falta de recursos para el resto de instrumentos de seguridad y defensa, especialmente las Fuerzas Armadas, el CNI se muestra como un instrumento inane e incapaz.
Tenemos ya suficiente perspectiva para concluir que el CNI se caracteriza por tres cosas; por su oscurantismo; por su tendencia a los escándalos y a plegarse a intereses de partido; y por no cumplir con su cometido. Años de Gobierno tras Gobierno, de un partido o de otro, arrojan un mismo balance: el CNI ha fracasado. Su problema no es con un director u otro, o con un organigrama u otro. Su problema es estructural: los cambios aplicados en 1996 por el PP se quedaron cortos, y después han resurgido sus peores vicios. De ahí la necesidad de afrontar, con la experiencia en la mano, los cambios necesarios en nuestra inteligencia que entonces se quedaron sin hacer.
En primer lugar, es necesario acabar con el monopolio informativo del CNI. No sólo no ha dado buen resultado, sino que ha generado escándalos que no tienen comparación en ningún país de nuestro entorno. En ninguno de ellos existe un sólo servicio que todo lo acapare, y ésta es la principal causa de los escándalos recurrentes. El hecho de que la seguridad sea global, no quita para que debamos dotarnos de un servicio de inteligencia destinado al exterior y otro diferente al interior. Además, claro está, de una inteligencia militar específica para Defensa, y de unos servicios de información policiales que en la lucha contra ETA se han mostrado más que suficientes, como ha mostrado con creces la Guardia Civil.
En segundo lugar, no tiene sentido que el CNI deba depender de Defensa. En 1996 ya se nombró un director civil, aunque los socialistas hayan acabado prefiriendo la fidelidad ideológica de sus militares para estas lides. Es hora de dar un paso más, porque no se trata de quien dirija, sino de la estructura de inteligencia: en el GEES hemos defendido siempre la figura de un asesor de Seguridad Nacional, que tenga rango de Secretario de Estado, y que sea quien dirija y coordine una "comunidad de inteligencia" española que sea real, y no sólo esté sobre el papel. Un coordinador que conozca la agenda internacional y que despache directamente con el presidente del Gobierno respondiendo a sus necesidades, que en el caso de Rajoy irán desde la economía al terrorismo islámico o la guerra cibernética, e irán de manera rápida.
Son dos aspectos fundamentales. Con una España que en los próximos años se la jugará en el exterior, en un mundo enloquecido, los servicios de inteligencia pueden ser de gran ayuda a los retos del nuevo Gobierno, o pueden resultar un dolor de cabeza continuo que genere problemas al Gobierno y distraiga sus energías en escándalos prescindibles. No está Rajoy para tener en el CNI problemas, sino soluciones. Pero eso pasa por una reforma total de nuestros servicios de inteligencia.