Podríamos decir que ni Obama podría haber llegado más alto, ni el Parlamento noruego tan bajo, pero el problema es que nuestras sociedades están tan desnortadas que ha dejado de estar claro qué es arriba y qué es abajo, y no está claro si el Parlamento premia a Obama dándole el Nobel u Obama premia al Parlamento dejándose premiar. Lo que sí está claro es que el espectáculo y el baño de masas para ambos está garantizado el 10 de diciembre, y de eso se trata. Obama se presentará como el redentor laico de la Humanidad, y el Parlamento noruego recogerá las migajas televisivas para rehabilitar un premio deslegitimado hace ya tiempo.
Lo que también está claro es que una sociedad occidental descreída, y cuyos problemas no desaparecen sino que aumentan, está buscando desesperadamente mesías que la salven. Nunca ha alcanzado un sentido tan rotundo la repetida frase de Burke, "cuando no se cree en Dios se acaba creyendo en cualquier cosa": que ésta cosa sea un político en activo y además comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo, lo convierte en algo tenebroso; ahora Obama reúne en su persona el poder político del presidente y la autoridad moral del premio Nobel. El sueño de cualquier político de cualquier época: no está mal para quien hasta el momento no ha hecho nada por merecerlo.
Porque resulta increíble comprobar que ha sido premiado por algo que aún no ha conseguido: el desarme nuclear. Que se sepa, el único presidente americano que ha negociado con éxito la reducción de armas nucleares fue Ronald Reagan, que sí podía presentar resultados concretos en esta materia, además por supuesto en materia de defensa del Mundo libre, de apoyo a los disidentes y de persecución del Mal y la tiranía. Hay que recordar que el único acuerdo en materia de desarme nuclear, la reducción a cero de los misiles nucleares de medio alcance, se lo debemos a él: lo único que Obama ha hecho por el desarme es pronunciar un discurso.
Pero es aún peor: no es que no tenga en su haber ningún éxito en materia de no proliferación: es que su política hacia Irán está dando alas al régimen de los ayatolás en su carrera hacia la bomba atómica. Su política de diálogo hacia aquel país y hacia el mundo musulmán no sólo no estimula el desarme: es una invitación para que todo el que quiera consiga la bomba, sabiendo que Estados Unidos, como dijo Obama en El Cairo, lo considerará un asunto interno. De seguir con la política que le ha dado el Nobel, Obama dejará un mundo con más armas nucleares del que se encontró, y en manos de gente más peligrosa.
Por otro lado, Obama no sólo no está llevando a cabo una política multilateral: está haciendo justo lo contrario. En el este de Europa, ha dejado a Chequia o Polonia –jóvenes democracias liberales– abandonadas ante el gigante autocrático ruso, y lo ha hecho unilateralmente, sin consultar con los damnificados, y ante las exigencias del Kremlin. Por otro lado, su política errática en Afganistán se caracteriza por haber abierto la puerta a la desconfianza entre los aliados, que cada vez piensan más en sus intereses que en los de la misión, y cada vez están más divididos en una guerra que es crucial.
En definitiva: Obama no ha hecho nada por el desarme nuclear; su política respecto a las democracias no tiene nada de multilateral; y por si fuera poco, y de seguir así, dejará un mundo con más armas nucleares, además en manos precisamente de quien no debería tenerlas nunca. Al nuevo premio Nobel puede recordársele en el futuro como un digno sucesor de Carter. En cuanto al Mundo libre, un retroceso. Y en cuanto al Parlamento noruego, ignoramos cuál será su próximo paso: quizá dar el Nobel a Zapatero, a Hugo Chávez o a Putin. Y entregarlo en Teherán, por supuesto.