Las cosas no marchan bien. Como cada año, la llegada de la nueva estación coincide con la ya habitual ofensiva de primavera que lanzan los guerrilleros talibanes y los seguidores de Al-Qaeda en Afganistán contras las tropas extranjeras. Una ofensiva que complica la ya delicada situación del país, donde los talibán ya controlan más de la mitad del territorio y son capaces de actuar cada vez con mayor facilidad en la misma capital. Y en el vecino Pakistán, donde crece la alarma por el avance talibán.
Las cifras desvelan la delicada situación de las tropas aliadas: en 2008 hubo un 33% más de enfrentamientos militares, un 27% más de ataques indirectos y un 67% más de ataques aéreos. Los ataques con explosivos IED han crecido un 27%, un 119% los ataques contra personal del gobierno afgano y un 50% los secuestros y asesinatos. Las muertes de efectivos de ISAF/OTAN crecieron un 35% y las muertes de civiles un 40%. La situación se ha deteriorado aún más entre finales de 2008 y principios de 2009, siendo los enfrentamientos y ataques en los primeros dos meses de 2009 el doble que en el mismo periodo en 2008. Las áreas de alto riesgo han aumentado entre un 30% y un 50% cada año desde 2005. Y en una de esas áreas es donde están desplegadas las tropas españolas.
Los servicios de inteligencia ya han advertido en más de una ocasión de un incremento de la actividad terrorista en las provincias de Badghis y de Herat –donde operan los efectivos españoles– y de un recrudecimiento a lo largo de esta primavera. Los ataques han llegado hasta las puertas del propio cuartel español y nuestras tropas han tomado incluso parte en enfrentamientos directos. Por eso no basta con que la ministra de Defensa diga que los informes de la OTAN indican un aumento gradual y claro de la inestabilidad en la zona española. Eso ya lo sabemos. Lo que falta es más información y sobre todo más claridad de su Ministerio.
No se sabe si se dispone de algún plan o estrategia frente al incremento de la actividad talibán y si se están tomando algún tipo de medidas; nadie ha explicado en qué consiste la presencia y la actividad de los militares estadounidenses en la zona de responsabilidad militar española; si cabe la posibilidad –si no se ha hecho ya–, de pactar con los líderes locales para limitar el impacto de la ofensiva talibán, como sugieren algunos expertos; o si nuestras tropas dispondrán de los nuevos blindados RG-31 antes de la celebración de las elecciones presidenciales en Afganistán.
En este último caso parece prácticamente imposible. Un retraso que se une a la pregunta sobre la idoneidad de esta compra –en vez de acelerar la adquisición de un nuevo vehículo blindado 8x8– y a las críticas a la movilidad táctica y al nivel de protección del nuevo blindado. Tampoco sabemos qué consecuencias va a tener el cierre, aprobado por el Parlamento de Kirguizistán en febrero de este año, de la base aérea de Manás, clave para las operaciones estadounidenses en Afganistán y donde hay un destacamento aéreo español para apoyo a nuestro despliegue.
Será cuando se pida la autorización al Parlamento para el envío de un batallón de militares para las próximas elecciones en Afganistán, cuando sabremos si la ministra se digna a responder con claridad sobre nuestra presencia allí, que es cada vez más peligrosa y complicada.