Robert Kagan, el de Europa es de Venus, USA de Marte, lleva tres años anunciándolo: en el nuevo orden mundial de la posguerra fría contarán potencias autocráticas de muy diversas raíces culturales y religiosas, unidas por una común hostilidad al sistema creado por los Estados Unidos al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Aborrecen las presiones democráticas y las críticas en materia de derechos humanos que ese sistema les impone. Aborrecen, por supuesto, la voz cantante de Estados Unidos en ese concierto. Creen ser capaces de conseguir el desarrollo mediante un capitalismo muy controlado desde el poder. Quieren cambiar las reglas internacionales en un sentido que les sea más favorable y les permita mayor libertad en la prosecución de sus intereses, que promueven mediante la práctica del más descarnado realismo, una nuda política de poder.
Ejemplo: los tratos de China con África a la busca de materias primas, entendiéndose con los regímenes más brutales y recurriendo a la más clásica explotación de la mano de obra local. Al fin y al cabo, eso es también lo que hacen en su país, donde pueden vanagloriarse de haber sacado ya a 300 millones de la miseria. Rusia amedrenta a todo su patio delantero y antiguos feudatarios del imperio soviético con la invasión y desmembramiento de Georgia, chantajea con el aprovisionamiento energético a Europa y consigue el silencio respecto a la lucha libre –libre de inhibiciones morales– para someter a los chechenos y a su frecuente recurso a los asesinatos de estado, según la inveterada costumbre zarista.
Esta Rusia y esta China protegen al Irán de la revolución islámica de los intentos occidentales de frenar su marcha hacia las armas nucleares. Se envuelven en pieles de cordero para pretextar que la diplomacia lo puede todo y cualquier otra vía es contraproducente y peligrosa. China ya está con esa angelical canción ante un nuevo intento americano de imponer un paquete de nuevas sanciones. Pekín tiene la disculpa, que naturalmente no menciona, de que su dependencia del petróleo persa es muy grande. Rusia ha simulado estar de acuerdo con la idea de nuevas medidas punitivas, pero se ha lanzado a una audaz jugada de subrepticio apoyo al régimen de los ayatolás y sus aspiraciones nucleares, dando entrada a dos potencias en ascenso con grandes ambiciosos a su cabeza y soterrado antiamericanismo, bajo las formas de amistad e incluso alianza.
Como por arte de magia, el brasileño Lula y el turco Erdogán logran que Irán confíe su uranio ligeramente enriquecido al segundo para que se lo devuelva con una concentración muy superior, lejana todavía del nivel armamentístico. Un sexteto de grandes potencias fracasó en similar intento durante un año de estériles negociaciones, tanto como sus precursoras de años atrás.
Lula aspira a una posición hegemónica para su país en América Latina. Para ello utiliza a los bolivarianos, a los que para los pies sólo cuando osan desafiar su preeminencia. Chávez está a partir un piñón con Ahmadinejad, pero ahora Lula le roba el show. Si en ello apoya a Teherán, no se puede descartar que Brasilia quiera volver a los programas nucleares a los que renunció en su momento. Para Turquía la cosa es más complicada porque puede estar alimentando a la mano que le aseste una puñalada. En todo caso un indudable rival en las aspiraciones a hegemonía regional así como en ortodoxias religiosas, en el momento en que un creciente fundamentalismo suní turco podría chocar con el radicalismo chií iraní. Pero al menos de momento tienen un trecho que recorrer juntos. Y todos en unión desafiando a los americanos, aprovechándose del vacío del internacionalismo seráfico de Obama.
No ya en Oriente Medio, donde la política nunca conoce temperaturas templadas, sino en el mundo entero, la cosa se está poniendo al rojo.