Hace unos días el general David Petraeus –próximo jefe del Comando Central de Estados Unidos– hablaba de la enorme importancia que, para el éxito estadounidense en Irak, tuvo el hecho de que hubiera unidad en cuanto al objetivo que se quería alcanzar, en cuanto al esfuerzo a realizar e incluso en la unidad de mando. Ésta es, sin duda, una de las muchas diferencias que existen con la actual situación que se vive en Afganistán. Un país con gente hospitalaria y amiga, pero también violenta y desconfiada; con un pueblo que desea que el Gobierno tenga éxito pero que a la vez desconfía de él; dónde muchos soldados están allí luchando contra el terrorismo y aspiran a ganar una guerra, mientras otros sólo tienen como cometido reconstruir el país sin combatir; donde unos cuentan lo que se quiere oír y otros los que nadie quiere escuchar.
¿Se puede realmente ganar la guerra en Afganistán? Según el comandante de las fuerzas británicas en Afganistán, el general de brigada Mark Carleton-Smith, no se puede. Tal y como ha afirmado, el objetivo es reducir a un nivel manejable la insurgencia, de forma que no constituya una amenaza estratégica para que se pueda hacer cargo el ejército afgano. Para el embajador británico en Kabul –y según las informaciones de los servicios diplomáticos franceses– en un plazo de cinco a diez años la única solución realista sería "establecer una dictadura aceptable". Por otro lado, el máximo comandante de la OTAN en Afganistán, el general estadounidense David McKiernan, afirma que la guerra contra los talibanes no está perdida, pero que es necesaria la presencia de más soldados y equipos para garantizar la seguridad de la población, cuya gran mayoría no quiere la victoria de los talibanes. Sus afirmaciones tuvieron lugar una horas después de que unos sesenta talibanes resultaran muertos a manos de soldados de la OTAN que consiguieron abortar un intento de asalto a la capital de la provincia de Helmand (uno de los bastiones talibanes en el país que además proporciona la mitad de la producción de opio afgano).
En medio de todas estas contradicciones, los ministros de Defensa de la OTAN acordaron la semana pasada, en una reunión informal en Budapest, que los aliados incrementarán el nivel de tropas desplegadas en Afganistán y que la misión de la Alianza en este país (ISAF) aceptará misiones de combate relacionadas con la lucha contra las drogas. Por supuesto, no todos los aliados incrementarán el número de tropas, al igual que sólo unos pocos países –Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Grecia, Bulgaria, Croacia y Albania– cumplen con el estándar de la Alianza de gastar el 2% de su PIB en el gasto en Defensa. Y evidentemente, algunos países no están dispuestos a permitir que sus efectivos luchen contra el narcotráfico.
España es una de ellas: no aportará más hombres a la ISAF y ningún esfuerzo para luchar contra las plantaciones de droga, y todo a pesar de los acuerdos alcanzados. Así lo ha asegurado la ministra Chacón, que es capaz de afirmar al mismo tiempo que en Afganistán "los aliados trabajamos por un proyecto y una estrategia común" o expresar su satisfacción por el consenso alcanzado para que ISAF apoye a las autoridades afganas en la lucha contra el narcotráfico, "tal y como defendía España". Y lo dice sin inmutarse ni sonrojarse, teniendo en cuenta que España se ha mostrado en todo momento reticente a la aprobación de tales medidas.
La ministra se ha atrevido a decir también que "en la región de Baghdis, donde operan nuestras tropas, no se da esta situación excepcional", haciendo referencia a las plantaciones de droga. Pero esto no es cierto. La oficina de la ONU contra la Droga y el Delito es explícita en afirmar que pese a no ser de las más problemáticas, en esta región sí hay plantaciones de opio.
Chacón debería cuidar más sus palabras y los comunicados de su Ministerio para no incurrir en tantas contradicciones. O se está con la unidad de los aliados o no se está; o se está contra el narcotráfico o no se está. Pero si se dice una cosa y la contraria, se expone a que se le recuerde su falta de consistencia y de seriedad, justo lo contrario de lo que hace falta en Afganistán, como ha recordado Petraeus.