En un caso excepcional, Bill Clinton se reunió brevemente con Aznar en 1995, cuando éste era aún jefe de la oposición a un Gobierno que naufragaba ente corrupción y crisis económica. La reunión fue en una salita del aeropuerto, muy discreta. Posteriormente, ya como presidente del Gobierno, Clinton recibió a Aznar en la Casa Blanca en mayo de 1997 y Aznar recibió a Clinton oficialmente en España en julio de ese año. Aznar volvía oficialmente a Estados Unidos dos años después, en abril de 1999. Era la administración demócrata, Bush aún no ocupaba la Casa Blanca, los neocon no habían poseído al presidente y nadie preveía el 11-S o la guerra de Irak. Pero el Gobierno de España transmitía una fiabilidad y una seguridad en política exterior que le habría de par en par las puertas de Washington.
Diplomacia ambiciosa, de la que nos acordamos hoy, cuando el nuevo presidente de los Estados Unidos visita por primera vez Europa. En su agenda, Estrasburgo, Praga y Estambul. Entre las reuniones confirmadas, las de los primeros ministros de China, Gran Bretaña, Rusia, India, Arabia, Francia, Alemania y Turquía. Y si tiene un huequecito en su agenda, la entrevista con el presidente de España, relegada a un segundo lugar, casi como concesión diplomática al pariente pesado que insiste e insiste en hacerse una foto con la famosa estrella de rock americana.
La imagen de Obama aterrizando en Londres produce al español orgulloso de serlo una profunda y dolorosa sensación de nostalgia. En junio de 2001, el presidente de Estados Unidos iniciaba por primera vez una gira europea, y el país elegido para iniciarla fue España. Aún quedaban tres meses para el 11-S, y más aún para la guerra de Afganistán e Irak, pero Bush ya visitaba oficialmente nuestro país y anunciaba la colaboración con España. El presidente español sería recibido posteriormente, en noviembre de 2001, en la Casa Blanca, y Aznar también viajaría a Washington en visita oficial en el año 2003. Y éstas son sólo una pequeña muestra de lo que eran unas buenas relaciones de España con Estados Unidos, a su vez unos pocos ejemplos de una política exterior ambiciosa.
Desde 2004, el apagón de la diplomacia española es un hecho. Nuestro país ha pasado de recibir y ser recibido a arrastrarse por medio mundo en búsqueda de una foto. Aznar, con Clinton o con Bush, con demócratas o con republicanos, era un interlocutor válido para Estados Unidos. Hoy, la nostalgia nos invade. Con Bush o con Obama, con demócratas o con republicanos, Zapatero sigue esperando en el recibidor, obsesionado con hacerse una foto para demostrar que no pasa nada, cuando esa foto lo que demuestra es que sí que pasa.
Zapatero puede considerar un éxito que el presidente de Estados Unidos se encuentre con él a la salida de una reunión, a la entrada de un banquete o en un hueco en los pasillos. Puede buscar con desesperación la foto con Obama, algo que La Moncloa venderá tirando cohetes a unos medios de comunicación que una vez más picarán. A eso hemos llegado, a considerar un éxito cazar a Obama en algún rincón del planeta, en una minireunión a salto de mata. Es lo que tiene la España menguante de ZP: cuando él busca celebrar su propio éxito, a España le entra nostalgia de los suyos.