Mes nuclear. La primera cita fue la firma el 8 de abril por parte de Obama y Medvedev de la ampliación del tratado START, caducado en diciembre de 2009. Tratado con luces y sombras, con sus trampas diplomáticas en el conteo de cabezas nucleares, que se inserta en la tradición nuclear ruso-americana. Nada nuevo bajo el sol tras lo firmado en Praga: ambos países conservan todo su potencial destructivo. Si acaso, la conclusión ha sido un mayor acercamiento entre las dos potencias, más por parte de Obama que por la Federación Rusa.
La segunda cita fue la cumbre nuclear organizada por Obama en Washington el pasado día 12. Allí acudieron países que tienen armas nucleares y países que no las tienen, países que no están interesados en ellas y países que tienen interés en conseguirlas, países democráticos y dictaduras totalitarias. No acudieron los dos países más proliferadores del mundo, que son a su vez los que están dispuestos a utilizar el arma nuclear en sus relaciones internacionales: Irán y Corea del Norte. Los asistentes mostraron su preocupación por la bomba iraní, lo que fue recibido con desprecio por parte de Ahmadineyad.
Por fin, la celebración en Nueva York a partir del lunes de la revisión del Tratado de No Proliferación, que promete ser una continuación de la cumbre de Washington, pero con Irán marcando la agenda aún más, si finalmente Ahmadineyad cumple con su anuncio de acudir. En verdad, el hecho de que Ahmadineyad abandone o no el Tratado es lo de menos: con la bomba en sus manos y las intenciones en su mente, esto no ha sido nunca relevante para nuestra seguridad. La división fundamental no es entre signatarios o no signatarios, sino entre democracias o dictaduras. Además está la intención de algunos países árabes de lograr el apoyo para una declaración de desarme nuclear en Oriente Medio, destinada a criminalizar a Israel justo cuando a sus espaldas Irán se arma, algo ya intentado en Washington el día 12.
Es verdad que las tres citas tienen consecuencias positivas: cierto acercamiento entre Estados Unidos y Rusia, cierta mentalización acerca del problema de la proliferación nuclear, recordar el grave riesgo del descontrol del arma. En tiempo de calma, quizá suficiente. Pero el problema fundamental es que ninguna de las tres citas aborda el problema fundamental al que se enfrenta el mundo, que es Irán. A las dos preguntas estratégicas del momento –cómo impedir que los ayatolás tengan la bomba y qué hacer cuando la consiga– el mundo occidental responde firmando tratados entre sí, hablando de la necesidad de controlar los residuos nucleares de hospitales y centrales, y previsiblemente escuchando las amenazas de Teherán a sus vecinos. A la pregunta "dónde vas", Occidente responde "manzanas traigo". Eso sí, el premio Nóbel de la Paz acumula foto tras foto.