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Mali es mucho más que Mali

El problema no es, pues, Mali sino todo el Sahel y el África Central, área de predilección para la sucursal de Al Qaeda en la zona.

Una de las socorridas máximas militares de Napoleón es: "Primero uno se mete y luego ya se verá". Vale cuando cualquier alternativa es peor, y al parecer eso es lo que pensó el presidente Hollande cuando el pasado día 11 recibió la llamada de socorro de su colega provisional maliense, que meses atrás se hizo con el poder mediante un golpe de estado. Adiós a la política de renuncia a las intervenciones neocoloniales y de rechazo de golpistas.

La decisión se tomó en un par de horas gracias a que los militares franceses se preparaban a dar apoyo a una hipotética fuerza de intervención de los países del África occidental, para la que Naciones Unidas ya había adoptado algunas resoluciones. Francia se las apropió como fuente de legitimación internacional, aprovechándose de que nadie estaba dispuesto a poner objeciones y muchos a aplaudir, dentro y fuera, si bien prestar ayuda ya es otra cosa. El Elíseo no tuvo tiempo de pensar en el después, aunque luego dejó claro que pretende que su intervención sea limitada. Rechazar el avance de los islamistas sobre la región meridional, en la que vive el 90% de la población del país, y confinarlos a las áridas extensiones del Azawad, la zona NE, aproximadamente de la extensión de Francia.

De momento parecen estar consiguiéndolo, pero los intentos de acelerar la dudosa fuerza multinacional africana siguen renqueando, aunque algunos países, como Nigeria y Mauritania, azuzados por el peligro, ya han hecho (mínimo) acto de presencia. La otra parte del esfuerzo militar necesario correría a cargo del propio ejército maliense, que necesita ser entrenado y reorganizado de arriba abajo. En conjunto, una fuerza poco impresionante para operar en terreno ingrato y extraño, frente a rivales en principio pequeños pero aguerridos y bien equipados por su participación en el reciente conflicto libio. El gran temor es que se conviertan, por un lado, en polo de atracción de los todavía muchos que suspiran por la yihad en el mundo islámico y, por el otro, en el aglutinante de un nacionalismo tuareg que no sin razón se consideró perdedor en la creación de naciones y fronteras artificiales en su entorno. Este pueblo del tronco bereber, a pesar de su exigüidad demográfica, como corresponde a los paupérrimos desiertos que ocupa, deambula por varios países del Sahel y el Sáhara suroriental y domina totalmente el Azawad. Aunque los cambios territoriales sean un tabú insuperable en un continente en que ninguna construcción política es natural ni geográfica ni étnicamente, tendría sentido concederle independencia a esa región si no existiese la amenaza de que podría convertirse en un santuario, a su vez sin fronteras reales, de la hidra del terrorismo islámico, que está demostrando tener más vidas que los gatos.

El problema no es, pues, Mali sino todo el Sahel y el África Central, área de predilección para la sucursal de Al Qaeda en la zona (AQMI, Al Qaeda en el Magreb Islámico), que desde el Magreb apunta al Sur. La desertificación y por tanto pauperización de la ya muy pobre región saheliana no es más que otra cara, de acuciante gravedad, del mismo problema.

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