El próximo domingo se celebrarán elecciones presidenciales en Venezuela. La victoria de Nicolás Maduro, el inconstitucional presidente encargado, ungido por Hugo Chávez como su sucesor, es prácticamente segura. De las últimas encuestas publicadas, sólo una da la victoria a Henrique Capriles, el candidato de la oposición, que ya se enfrentó a Chávez en octubre. Entonces Capriles obtuvo el mejor resultado de un candidato de antichavista: 6,8 millones de votos, con un 44% del total.
Venezuela es una dictadura populista con rasgos democráticos, como Corea del Norte es una monarquía absoluta con partido comunista. Y derrotar a una dictadura en unas elecciones es muy difícil, tanto más cuanto la comunidad internacional (Estados Unidos, Brasil, España, la Organización de Estados Americanos, la Unión Europea...) no quiere combatir al chavismo como sí combatió al peruano Alberto Fujimori. El control del Estado por los chavistas es absoluto. Por ejemplo, de los cinco miembros del Consejo Nacional Electoral, cuatro son militantes del Partido Socialista.
Los discursos y las consignas de Maduro, el conductor de autobús comunista elevado por Chávez a ministro de Asuntos Exteriores y vicepresidente, sirven para hacerse una idea de la degeneración intelectual de la izquierda, que ha pasado de acaparar la racionalidad a predicar la irracionalidad y la conspiranoia.
Conspiranoia: Maduro tan pronto acusa a la CIA de querer asesinar a Capriles como atribuye a éste la dirección de un pucherazo que consistiría en cortar el fluido eléctrico para impedir el recuento de los votos. Irracionalidad y superstición: Maduro declara en un mitin que Chávez se comunicó con él por medio de un pájaro y advierte en otro de que quien no le vote padecerá la maldición de Maracapana. El financiador de la izquierda iberoamericana convertido en un auténtico brujo de la tribu. ¡Si Lenin levantara la cabeza!