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Los 100 días de Obama

Se buscan paralelismos históricos con Obama. Él parece no admitir otro que el de Lincoln. Puede que sea más adecuado el de Gorbachov, que hundió el sistema soviético en su esfuerzo por salvarlo.

Estamos al comienzo de las celebraciones de los primeros cien días del nuevo presidente, que puede que duren otros cien días o más. Representan una continuación de las expectativas mesiánicas que la izquierda depositó en su candidatura y un mantenimiento del cheque en blanco que la mayor parte de los medios de comunicación, de predominio izquierdista en el contexto ideológico americano, le extendieron desde el momento en que asomaron sus posibilidades de hacerse con la candidatura demócrata a la presidencia. A Obama no se le critica y un manto de pudor, más bien una sólida coraza, encubre cualquier posible fallo y lo defiende airadamente de todo ataque.

Para los perdedores republicanos este primer Obama en el poder confirma todo lo que habían denunciado durante la campaña electoral. Su presidencia ha sido definida en tres tempranas frases. Su implacable jefe de gabinete, Rahm Emanuel, apodado Rahmbo, proclamó que una crisis económica tan grande como la que padece el país –y el mundo– padece, era una ocasión demasiado preciosa para dejar de aprovecharla. Quien creyera que las penurias financieras iban a poner sordina y compás de espera a los proyectos de engrosar el Estado e invadir nuevas esferas de la actividad social se han visto completamente defraudados. La crisis proporciona la justificación de descomunales déficits públicos capaces de financiar cualquier soñado intervencionismo estatal. El que durante la campaña había denunciado, con mucha razón, el desequilibrio presupuestario de un billón de dólares que nada conservadoramente estaba legándole Bush, ahora está dispuesto a multiplicar por nueve ese déficit en los próximos diez años, contando con moderados cálculos de superación de la crisis y crecimiento posterior. Si las cosas vienen mal dadas, las cifras serán mucho peores, pero quizás las posibilidades de ingeniería social estatista puedan entonces ser todavía mayores.

Otra frase definitoria procede del mismo Obama, quien respondió a un congresista –líder de la oposición, que se quejaba de la absoluta falta de colaboración entre partidos en todo lo que presentaba al Parlamento– con un seco "yo gané". Todo un programa de gobierno. Adiós las promesas de postpartidismo que lo convertían en un redentor que de la noche a la mañana erradicaría las infinitas corruptelas y sectarismos que al parecer constituyen la esencia de la execrada política washingtoniana y que todo americano que se precie vitupera.

La tercera frase la podría haber dicho Perogrullo y circula por todas partes en el momento actual: las elecciones tienen consecuencias. Es otra versión del "yo gané". En democracia nadie lo duda. Lo que no está tan claro es que sea de recibo pretender que una victoria de unos puntos porcentuales confiera un mandato de cambio del entero contrato social, cuando no de los mismísimos fundamentos morales de la sociedad, teniendo en cuenta que intenciones tan radicales se ocultaron cuidadosamente en las propuestas programáticas de la campaña. 

Lo que Obama rechaza es el patrimonio de creencias políticas que fundaron la nación y que han convencido a los americanos de haberlos llevado a la posición de primer país del mundo. En su viaje inicial al exterior Obama ha dejado saber que para él el excepcionalismo americano es uno más entre los casi doscientos países de este mundo, y ha ido pidiendo perdón por las actuaciones exteriores de su país, sin demandar nada a nadie ni recordar las propias glorias. La humildad es virtud de virtudes y, como decía Santa Teresa, es verdad. Pero nada tiene de verdad ese paralizante masoquismo ideológico que no preconiza nada bueno ni para los Estados Unidos ni para la causa de la democracia y la libertad en el mundo. Se buscan paralelismos históricos con Obama. Él parece no admitir otro que el de Lincoln. Puede que sea más adecuado el de Gorbachov, que hundió el sistema soviético en su esfuerzo por salvarlo. 

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