Antes de las elecciones vascas de marzo y después de ellas, la derecha –tanto periodística, intelectual como política– cometió un error que le pasará una gorda factura: poseída por una ansiedad entendible pero irracional por lograr ver a los nacionalistas saliendo de Ajuria Enea, se lanzó irreflexivamente a investir a Patxi López con el manto constitucionalista, rodearlo con la aureola del cambio y obsequiarle con un apoyo incondicional.
Esto supuso un error doble. En primer lugar, estratégico. Tanto antes como después de votar, la derecha se entregó a López casi en pleno. Los medios celebraron su campaña, sus resultados y su elección como si fuese el paladín del constitucionalismo español en el País Vasco. Olvidaron todo lo que había dicho López sobre pacificación, el nacionalismo y el cambio político, y de lo que el lector encontrará una selección en la página de GEES. Y después de los comicios, el PP dio los votos y el apoyo a López antes de que López dijera para qué los quería. Se los regaló gratis total, en parte porque así podía hacer suyo un triunfo que no lo era, pero del que buscó apropiarse haciendo de López uno de los suyos.
Pese a que no pierde ocasión de recordar que su política no es la de Mayor Oreja –ni la de Aznar y sus ministros del Interior–, la derecha ha unido su suerte a la suerte de López, a sus errores y sobre todo a sus proyectos. El cheque en blanco entregado al PSE –no sólo por el PP, sino por la gran mayoría de los medios de comunicación liberal-conservadores– ha dejado a la derecha incapacitada para oponerse al socialista vasco. Después de encarnar en López la alternativa constitucional al PNV –pese a que López nunca se ha considerado tal–, y repetir una y otra vez que él derrotará a ETA –pese a que de lo que es partidario es de dialogar con ella– resultará difícil echar marcha atrás cuando López haga de las suyas. Que las hará, porque como dicen los clásicos, quien puede lo más puede lo menos. Y López y Zapatero han hecho lo más durante mucho tiempo.
Lo cual nos lleva al segundo error: el ideológico. ¿Es Patxi López un candidato nacionalista? Evidentemente, no. ¿Es un constitucionalista? Tampoco. Siempre ha sido –y en honor a la verdad, nunca lo ha ocultado–, partidario de reformar la constitución para adecuarla a las exigencias de los nacionalistas. Como Zapatero, Patxi López es un progresista, no un socialdemócrata. Entiende la política como el antagonismo entre izquierda y derecha, entre progreso y reacción, entre el PP y el PSOE y sus aliados. Entre éstos, está el PNV: "Está en la historia del Partido Socialista que hemos colaborado con los nacionalistas desde los tiempos de la República", declaraba hace no mucho. Y por eso, desde su investidura el 5 de mayo no ha dejado de lanzar guiños al PNV, al tiempo que ningunea públicamente al PP. Como ha declarado repetidamente, el eje central del país es el pacto PSE-PNV.
Con Zapatero, considera que la Constitución de 1978 es imperfecta, está sin acabar y hay que terminar lo que las fuerzas progresistas no pudieron hacer en 1978. Cuando habla de ella es siempre para darle un sentido radicalmente distinto al constitucional: superar el texto para dar cabida a un espacio común con los nacionalistas. Esta convicción de López y Zapatero es la que les llevó a pactar con ETA, y la que –si se dan las circunstancias– les llevará a volver a hacerlo, con ETA, con el Polo Soberanista, con Aralar o con cualquiera que tenga como objetivo hacer saltar el pacto constitucional y lograr un nuevo marco de convivencia a cambio de gestos contra la violencia.
Lo significativo es el rechazo de la unidad constitucional que representa López, por mucho que lo pasemos por alto para no ver a Ibarretxe en Ajuria Enea. Obsesionada la derecha con expulsar al PNV, ha colocado en su lugar a alguien que no es nacionalista, pero tampoco constitucionalista. ¿Qué va a pasar cuando –siguiendo coherentemente su programa– aborde ese gran pacto con nacionalistas, etarras, filoetarras o exetarras que siempre ha defendido? ¿Quién –de los que ahora se lo perdonan, olvidan su proyecto y miran hacia otro lado ante los guiños al nacionalismo–, le va a decir que no, habiéndole dicho ahora que sí? ¿Con qué criterio, si no ha sido él quien lo ha cambiado y es él el coherente? La verdad sobre López, ETA y la Constitución es la que es y no la que nos gustaría que fuese. Conviene no olvidarlo.