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El hecho de que estos terroristas sólo llegan ahora a cuestionarse la legitimidad de asesinar a otros musulmanes lleva al proceso argelino a parecerse y mucho a otros dos, también claudicantes, que a él se superponen.

En esta semana España, Argelia y Cabo Verde han recibido cada uno un reo de Guantánamo. Para el caso español el afgano llegado el 21 de julio hace el tercer preso recibido desde febrero, y aún quedan dos por llegar para cumplir con el compromiso adquirido por nuestro Gobierno con la Administración Obama. El hecho de que estas tres llegadas se hayan producido en una región concreta, el eje España-África Occidental, y el momento en el que se produce –cuando hay desarrollos sensibles en Argelia y en Mauritania, con la operación fallida contra AQMI de hoy, y cuando aún están recientes los atentados de Kampala (74 muertos)–, invitan a detenerse para analizar algunos aspectos del desafío terrorista.

El 20 de julio la Fiscalía mauritana pedía en Nuakchott cadena perpetua para cuatro acusados de haber secuestrado para Al Qaida en las Tierras del Magreb Islámico a tres cooperantes españoles el pasado 29 de noviembre. Dos de los cooperantes siguen en poder del argelino Mokhtar Belmokhtar, quien a buen seguro estará tratando de digerir algunas deserciones recientes sufridas por su grupo que provocan en algunos círculos un exagerado optimismo. En efecto, el 15 de julio los medios de comunicación argelinos se hacían eco del llamamiento de dos antiguos cuadros de AQMI a que sus compañeros abandonen las armas, en lo que algunos quieren ver signos inequívocos del debilitamiento del grupo. El que Ohmane Tuati (alias Abu El Abbes), considerado un próximo del emir de AQMI, Abdelmalek Drukdel, y responsable nada menos que de la elaboración durante años de "fatuas", se entregara a las autoridades el pasado 26 de mayo, y el que el antiguo responsable de reclutamiento del grupo, Samir Sayud (alias Samir Mosab), quien se entregó en 2007, se haya sumado ahora a los llamamientos a la deserción del anterior, lleva a algunos a creer, dentro y fuera de Argelia, que el fin de AQMI está próximo. Pero Tuati es un antiguo del GIA y ha trabajado intensamente en la dimensión ideológica del yihadismo salafista durante 20 años, realidades ambas que nos llevan a algunos a desconfiar de su arrepentimiento.

Además, el hecho de que estos terroristas sólo llegan ahora a cuestionarse la legitimidad de asesinar a otros musulmanes –nada dicen de las acciones cometidas o por cometer contra no musulmanes– y de que nada se diga del necesario cumplimiento de penas ni del resarcimiento de las víctimas, lleva al proceso argelino a parecerse y mucho a otros dos, también claudicantes, que a él se superponen. Por un lado, el que acabamos de confirmar durante la Conferencia Internacional de Kabul sobre el futuro de Afganistán, el 20 de julio, y que consagra el principio de supuesta paz a cualquier precio. Y, por otro lado, el inmediato también en el tiempo y además en lo geográfico: el proceso mauritano.

El Senado mauritano adoptaba el 8 de julio una nueva ley antiterrorista que no podemos considerar otra cosa que un instrumento de búsqueda de la reconciliación y de la reintegración a cualquier precio, y ello a pesar de la aparente contundencia que se quiere mostrar en los juicios que últimamente se celebran en Nuakchott contra yihadistas salafistas. El 25 de mayo se dictaban en la capital mauritana tres condenas a muerte contra yihadistas salafistas responsables del asesinato de una familia francesa en diciembre de 2007, y ahora se pide cadena perpetua para cuatro acusados del secuestro de los tres españoles. Pero la adopción de la nueva ley antiterrorista que, aunque garantiza en principio que los ya juzgados pagarán sus crímenes, abre toda una ventana de oportunidades, y potencialmente de impunidad, para los que vienen detrás, que no son pocos, debería preocuparnos. De nuevo la figura del arrepentido potencial se erige en panacea, y todo ello para bendecir el proceso de diálogo lanzado en enero de este año en la prisión de Nuakchott y dirigido por teólogos progubernamentales. Con mostrar arrepentimiento y renunciar a la violencia se abre también aquí toda una autopista de oportunidades para individuos fecundados por la semilla destructiva del yihadismo salafista, a los que no se debería de dar confianza a cambio de tan poco.

A esto se une el ataque llevado a cabo por Francia y Mauritania en suelo de Mali para tratar de liberar al francés Germaneau, terminado en fracaso, pese a los seis muertos de AQMI. A diferencia de los españoles, los franceses usan la fuerza en la zona cuando lo creen conveniente, que por desgracia no es siempre. La célula atacada es la de Abu Zeid, la que asesinó al rehén británico Dyer en el año 2009.

Este es el escenario al que vuelven los liberados de Guantánamo. Probablemente se dirán a sí mismos que sus esfuerzos y sacrificios han merecido la pena porque ven concesiones a los islamistas por doquier, fruto de la seducción enfermiza que plantea una errónea idea de paz a cualquier precio, que consagra la impunidad y que radicaliza cada vez más el espacio público.

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