Chencho Arias, muchos años antes de ser embajador ante la ONU y de que el PP estuviera en el gobierno, decía que la prensa española siempre presentaba la política exterior española (de hecho, del gobierno socialista de González) con una tríada complementaria de sus principios: que España siempre mediaba en algún contencioso; que España siempre formaba parte de un eje o aspiraba a ser parte del mismo; que España, al final, siempre se bajaba los pantalones. En menos de tres semanas, Zapatero ha conseguido que su política exterior no sólo de esa imagen, sino que sea así de verdad. Lo hemos visto en la cuestión del Sahara y la intención de mediar a favor de las tesis de Marruecos; lo volvimos a ver en su ansiedad porque Schroeder y Chirac le dejaran un hueco en su eje; y también se vio en la negociación con la UE o, por no insistir, en su apaciguamiento frente a los terroristas islámicos.
En realidad, la acción exterior de Zapatero se mueve bajo el peso insoportable de varios complejos que le atenazan. En primer lugar, la clara percepción de haber llegado al poder de manera poco legítima, auspiciado por la pasión de los 200 muertos del 11-M y la manipulación de sus correligionarios y PRISA. La decisión de sacar acelerada y vergonzosamente a las tropas de Irak, los honores que en persona les rindió a su vuelta, cuan huestes victoriosas, ondeando banderas socialistas, cuando se estaba ejecutando una retirada en toda la regla, sólo se explica por la necesidad de hacer gestos ante el electorado que lleven al olvido rápido, a la amnesia, de cómo el PSOE llegó al poder el 14-M. Actúa Zapatero bajo el complejo de la ilegitimidad y bajo el síndrome de la popularidad.
En Europa, Zapatero ha buscado esencialmente un hueco en la foto del eje París-Berlín, él, que tanto ha criticado la foto de las Azores. Pero el PSOE sabe que el electorado que le dio la ventaja el 14-M es altamente volátil y que tiene que consolidar a sus propias bases rápidamente. El gesto supuestamente europeísta –aunque suponga el retorno a la Europa decadente, sin creación de empleo, estatista y antiamericana– se realiza a fin de intentar consolidar una nueva mayoría en las elecciones del 13 de junio al Parlamento Europeo. Unas elecciones que a nadie nunca le han sido muy importantes, pero que en esta ocasión el PSOE quiere transformar en segunda vuelta del 11-M.
Ahora bien, cuando el Gobierno actúa movido por sus complejos domésticos, lo que está haciendo, de hecho, es supeditar los principios de la acción exterior a la política electoral, lo que casi nunca casa bien, pues gestos e incoherencia son malos rasgos para el juego internacional de una nación. Veremos por cuánto nos sale la broma.
GEES: Grupo de Estudios Estratégicos