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Jimmy Carter vs. Rodríguez Zapatero

Durante su mandato al frente de los Estados Unidos logró alcanzar las más bajas cotas de prestigio, competencia y respeto internacional, aunque con el tiempo pudo consolarse con un devaluado Nobel de la Paz.

Zapatero bien pudiera ser un Jimmy Carter más. Ya lo dijo en una ocasión un periodista estadounidense ante la osadía de algunos medios españoles de equiparar al mandatario español con Obama o Kennedy. La crisis de los rehenes de Teherán acabó con el trigésimo noveno presidente de Estados Unidos, que tiene el estigma de ser el peor dirigente que ha pasado por la Casa Blanca. Durante su mandato al frente de los Estados Unidos logró alcanzar las más bajas cotas de prestigio, competencia y respeto internacional, aunque con el tiempo pudo consolarse con un devaluado Nobel de la Paz. Ha sido maltratado hasta la infamia por la prensa de su país –y tratado con más simpatía por la europea– que le considera más bien tonto y no le otorga más capacidad que la de su condición de fabricante de mantequilla de cacahuetes.

Carter distrae sus días de ocio con frecuentes viajes por todo el mundo vendiendo paz. Paseó por España el verano pasado, a instancias gubernamentales, para meter las narices en los tratos de Z con ETA. Justificó las oscuras negociaciones apostando por una resolución del conflicto "a través de conversaciones directas entre el Gobierno y los responsables del grupo que solicita otro nivel de autonomía". Y no es la primera vez que el Jimmy Carter se entromete y se equivoca en su aproximación al problema terrorista. Tuvo que ser el Gobierno de Aznar quien pusiera freno a las intenciones del Centro Carter de mediar con lo que el viejo dirigente denomina "movimiento vasco".

Su última jugarreta para pasar a la historia como hombre de bien ha sido un paseo por Oriente Medio para, según él, conocer las posturas de los enemigos de Israel –terroristas incluidos– sin los que no podrá haber nunca paz en la región. Tampoco esta vez le han dejado ir de mediador; se lo han impedido Washington y Tel-Aviv, que lo criticaron duramente tras conocer su intención de reunirse con terroristas de Hamás. Le precede además la publicación en 2006 de su libro Palestina: Paz, no Apartheid, con el se ganó fuertes enemistades en el mundo judío.

Como era de esperar, derrochó optimismo tras tan burdos encuentros con líderes de Hamás y aseguró al mundo los terroristas que estarían dispuestos a aceptar un acuerdo de paz aprobado en referéndum y a reconocer a Israel como vecino. Ha tenido que intervenir un dirigente islamista, Jaled Mescal, quien le ha desmentido y ha declarado que Hamás nunca reconocerá a Israel. Bastante lógico si tenemos en cuenta que los terroristas palestinos contemplan la destrucción del Estado judío como fin fundacional. Ante tal bochorno a Carter no se le ocurrió otra cosa que reiterar que el Departamento de Estado de Estados Unidos nunca le desaconsejó reunirse con los terroristas palestinos durante su gira, contradiciendo a Condoleezza Rice.

Carter y Zapatero tienen la extraña capacidad de encontrar de la manera más tonta amigos entre dictadores, malhechores y terroristas. Y en esto de acabar con el terrorismo, ambos quieren pasar forzosamente a la historia. El problema no es su buena intención –si es que la tienen–, sino que con frecuencia consigue efectos contrarios a los que pretenden. Además, a ninguno le importa el elevado precio que pagan los demás por su maldito empeño.

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