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Irán se apaga

Si el movimiento popular perece por asfixia a lo largo de la semana que ahora empieza, lo que queda en pie es la otra dimensión de lo que ha venido sucediendo con las elecciones y sus resultados: una feroz lucha por el poder en el interior del régimen.

La llama de la revolución vacila bajo la eficacia de las acciones represivas. Las noticias nos describen un Teherán mortecino el sábado 27 en contraste con el habitual hervidero del primer dí­a de la semana. Si no surgen novedades imprevisibles, el régimen ha ganado por agotamiento a las fuerzas opositoras, que han crecido más allá del voto como consecuencia del rechazo contra la brutalidad de la represión. Ésta, sin embargo, ha tenido la suprema habilidad de actuar en condiciones de máximo sigilo. Muy pocas imágenes como la de la mujer agonizando en la calle. También retiró de la circulación, sin contemplaciones, todo cuanto indiscreto ojo periodí­stico habí­a acudido al paí­s. Tienen que informar desde el interior de sus oficinas con las noticias que le llegan, no las que cazan. Lo que nos cuentan es que ahora la gente está a la espera de lo que sucede. Pero si ellos dejan de ser los protagonistas no habrá nadie que venga a ocupar su lugar.

Lo que está sucediendo es en gran medida el éxito de una técnica represiva muy sofisticada. Se ha ensalzado el uso hecho por los contestatarios de las redes de comunicación de internet, como Facebook y Twitter, pero en definitiva su fracaso terminará significando el triunfo de las tecnologí­as que penetran, contrarrestan y explotan esos medios de última hora. Semanas antes de las elecciones, los servicios de seguridad del régimen habí­an contratado los servicios de Siemens y Nokia para someter a una estrecha vigilancia a sus enemigos, estar perfectamente informados de su actividad y enviar mensajes falsos para entorpecer y frustrar sus actuaciones.

Todo ello les ha permitido desbaratar muchas manifestaciones y tener una probablemente casi exhaustiva información no ya sólo de todo el liderazgo del movimiento de protesta sino hasta de cada militante individual. Esta excelente organización y sin duda una elevado grado de paciencia, que demuestra la astucia de ese por tantos otros conceptos mediocre personaje que es Jamenei; el único sucesor de Jomeini desde su muerte hace 20 años, en calidad de Guí­a de la Revolución, es decir, autoridad suprema del paí­s.

No sólo la protesta ha podido ser corroí­da y decapitada eficazmente por las implacables defensas del sistema, sino que además le ha faltado en todo momento liderazgo. Musavi hace dí­as que no aparece. Ciertamente la eficaz represión tiene que haberlo puesto a buen recaudo, cercenando todos sus ví­nculos con el entorno, pero en ningún momento ha dado el paso decisivo para ponerse al frente de la protesta ni ha tomado las necesarias precauciones para preservar su libertad. Él, como los otros dos rivales de Ahmadinejad en las elecciones, fue aceptado como candidato por la absoluta fiabilidad de su historial. Empujado por muchos votantes que critican al régimen desde fuera, no se ha atrevido a enfrentarse frontalmente con Jamenei­ y todo lo que significa. Por su parte el ayatolá Rafsanjani, peso pesado de la revolución islámica y enemigo jurado del presidente ganador, ha apoyado a los tres candidatos al mismo tiempo, pero ha permanecido públicamente mudo, aunque muy activo entre bastidores. Su objetivo no es poner en peligro al régimen; salvar a su extensa familia e inmensa fortuna, adquirida por obra y gracia de su posición, es para él lo prioritario.

Si como es probable el movimiento popular perece por asfixia a lo largo de la semana que ahora empieza, lo que queda en pie es la otra dimensión de lo que ha venido sucediendo con las elecciones y sus resultados: una feroz lucha por el poder en el interior del régimen. Esta fase de la evolución interna de Irán no ha tocado a su fin y seguirá dando que hablar, aunque la información sea todaví­a más tenue.

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