Aunque toda la atención está centrada en Libia, hablemos de Afganistán. Pero del de hace 10 años. Antes del 11 de septiembre de 2011 los afganos vivían en el infierno, sometidos por un régimen represivo que atentaba contra las necesidades más elementales de sus ciudadanos. El país carecía de toda estructura social, cultural, política y económica y estaba bajo un puñado de analfabetos y perversos que utilizaban el Islam para oprimir a la gente, que sólo pensaban en crear leyes amenazadoras y absurdas como contra aquellos que escuchaban música, o ejecutar a quienes no compartía su iluminismo. A los talibán también les gustaban los gestos espectaculares que demostraban su dominio sobre el desgraciado país y su tira y afloja con la comunidad internacional, como la destrucción de las estatuas de Bamiyan, o los jóvenes fanáticos talibanes que se podían ver patrullando las calles del país con látigos, palos y kalashnikovs para hacer cumplir las leyes que dictaba el mulá Omar. El mismo que hoy recobra protagonismo tras la inminente salida de las fuerzas internacional del territorio y planea la incertidumbre sobre el futuro del país.
El mulá Omar, líder del movimiento talibán, acaba de reconocer por primera vez que su grupo ha estado negociando con los norteamericanos, aunque ha insistido en que las conversaciones se han centrado en la liberación de presos y no ha constituido un diálogo o negociación política propiamente dicha. Pero parece obvio que las conversaciones continuarán. ¿Es posible que alguien tan perverso y de poco fiar haya cambiado en estos diez años? No, pero el país sí que ha cambiado.
Ha habido importantes mejoras en los ámbitos de la educación y de la salud, progresos en el desarrollo de instituciones y en la construcción de infraestructuras, e impulso socioeconómico. Y desde luego queda mucho por hacer, sobre todo en el ámbito de la seguridad del que tendrán que hacerse cargo unas fuerzas de seguridad afganas que hace diez años no existían.
Hoy se ha olvidado lo que era Afganistán hace una década por las prisas de la comunidad internacional y de Obama de salir de allí. Sólo se subraya que el último mes de agosto ha sido el peor mes para el ejército de Estados Unidos, en el que han muerto 66 soldados. Casi la mitad –30– murieron en un ataque talibán que derribó un helicóptero en la provincia de Vardak, al este del país.
Hay que recordar que los progresos que continúan. Los talibanes han sido duramente golpeados durante los últimos meses y se han retirado de varias áreas del sur. Los afganos les han señalado por sus continuos ataques a la población civil y se muestran hartos de ellos. Por eso es el momento de redoblar los esfuerzos, para coger ventaja aprovechando los logros que ha obtenido la coalición internacional. No dejemos que el país retroceda una década.