¿Habrá guerra? No, pero el interés de Corea del Norte es hacer creer que es posible y las asustadizas opiniones mundiales enseguida se lo preguntan. Al fin y al cabo, quienes hacen fogatas en el medio de bosques pueden provocar incendios.
Si no fuera por estas casi rituales sorpresas se le concedería menos atención a la Corea septentrional que a Laos o a Burkina Fasso. Pero para el más inhumano régimen del planeta son un medio de vida y una garantía de supervivencia que tiene que estar comprando cada poco tiempo. Su divisa fuerte son las armas nucleares o la posibilidad de conseguirlas y los misiles de cada vez mayor alcance. Los ataques como el del pasado martes bombardeando durante una hora una isla de su vecina meridional son un instrumento de cambio más asequible y al que últimamente recurre con mayor frecuencia.
Lo de "un acertijo envuelto en misterio en el interior de un enigma" que Churchill decía de las interioridades del Kremlin soviético, se queda muy corto respecto a Pyongyang. Pero la rigidez de esos regímenes crea una serie de constantes en su comportamiento que facilitan la comprensión y hasta un cierto grado de predictibilidad. No podemos saber los detalles del cuándo y el cómo del próximo desafuero, pero sabemos que lo habrá y desde luego siempre, como es ahora el caso, que se habla de reanudar las conversaciones sextipartitas (EEUU, China, Rusia, Japón y las dos Coreas) que el régimen aborrece, pues su aspiración es tratarse de tú a tú con los Estados Unidos, de quien espera obtener la garantía de supervivencia política así como la magra pensión alimenticia para mantener a sus habitantes. Por supuesto, China la tiene en sus manos, como quien sostiene a un conejo por las orejas, pero sus protegidos y dependientes cuentan con que la continuidad de la enfermiza situación es interés prioritario de su gran vecino. China, gran importadora de petróleo, proporciona a Corea la casi totalidad de sus fuentes energéticas. No menos importante es el apoyo diplomático, sin el cual todo el tinglado se vendría abajo.
Esas sangrientas provocaciones que el pasado marzo les costó la vida a 42 marineros de una patrullera surcoreana, no sólo atraen todos los focos de la atención internacional sobre el paupérrimo país, para delectación de sus dirigentes que se recrean con su importancia, sino que recuerdan lo que serían capaces de hacer si se ven empujados a una situación desesperada. Y no se trata sólo de esas armas nucleares siempre en ciernes, objeto de las conversaciones aludidas y de toda clase de esfuerzos diplomáticos y pagos en especie para que no se materialice el chantaje, porque el elemento central de la ecuación estratégica de la que vive el régimen de socialismo en una sola familia puede operarse con toda facilidad con armas convencionales. La obviedad esencial que casi nunca se menciona y salta a los ojos con sólo dejarlos reposar sobre un mapa es que la enorme ciudad de Seúl, que concentra casi un tercio de la población del Sur, está a unos pocos kilómetros de la frontera donde el Norte tienen emplazado un enorme despliegue de artillería con el que podrían infligir una pavorosa destrucción a la capital de sus insultante y amenazadoramente acomodados vecinos y hermanos de nacionalidad.
A esos permanentes factores internacionales se añaden las menos escrutables circunstancias internas. A Kim Jong Il lleva la prensa matándolo desde hace tres años. No cabe duda de que su salud es delicada y él mismo ha puesta en marcha previsiones sucesorias, en el más joven de sus hijos, en quien ha depositado el control de las Fuerzas Armadas, verdadera columna vertebral del régimen. Es fácil de imaginar pero no de demostrar, la existencia de soterradas luchas por el poder entre dos clásicas facciones: los que piensan que algo habrá que cambiar para que todo siga lo más parecido posible y los duros que saben que el sistema se resquebrajaría a la menor concesión reformista. En esta hipótesis de la que existen diversos barruntos, la segunda facción, la del heredero in pectore, estaría haciendo alarde de su fuerza con las provocaciones exteriores.
El reciente ataque contra la isla, aunque menos sangriento que el hundimiento de la corbeta, ha tenido algo de gota que colma el vaso. El impacto en el Sur parece haber insuflado el valor de la hartura a una opinión siempre dominada por el temor. Para la administración Obama se ha cruzado una línea roja en la que una reacción es imprescindible si no se quiere perder la confianza de los importantes aliados en la zona. Los chinos, siempre simulando creerse los pretextos y explicaciones de Corea del Norte, están teniendo que tragar, muy a regañadientes, unas maniobras navales conjuntas de Estados Unidos y la Corea meridional en el mar Amarillo, que quisieran considerar casi como un lago interior, al mismo tiempo que sobre ellos se incrementan las presiones para que se decida a intervenir de manera efectiva en su incómodo protegido.
De guerra no se trata, pero la tensión ha subido varios grados.