Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el norte de África dejó de ser un problema estratégico para España, y las escaramuzas de Sidi Ifni y el Sahara no llegaron siquiera a plantear un conflicto político o militar, porque las potencias nos dieron la espalda y solos no éramos capaces de afrontar retos, aunque vinieran de países mucho menos desarrollados de España. Pero algo importante se está cociendo en nuestro flanco sur en los últimos años ante lo que España no puede ser neutral. Por una parte Argelia y Marruecos se han enfrascado en una auténtica carrera de armamentos. Son los dos países que mas han incrementado su gasto militar en todo el mundo en la última década: el país que más ha reducido sus gastos en defensa –en particular sus inversiones– es España.
El cambio del escenario ha sido dramático en estos diez años pasados y si sigue la tónica, se habrá dado la vuelta en otros diez años. Solo por citar dos ejemplos: si hace cinco años la proporción entre fragatas españolas y marroquíes era de 10 a 1, en 2013 será de 11 a 5. Por otra parte Marruecos y Argelia están adquiriendo material de última generación tanto de Francia, Estados Unidos y Rusia; a veces, más importante de qué compras es quién te lo vende, y las alianzas estratégicas de ambos países debilitan aun más la posición de España.
La situación político-social en el Magreb complica aún más la situación. Las revueltas en los países árabes no tienen liderazgo occidental y fácilmente podrían ser reconducidas por grupos extremistas, que son los más organizados en estos países. La situación de conflicto interno puede devenir en la búsqueda de válvulas de escape externas o bien en involuciones internas, y ambas opciones son negativas para nuestro país.
En fin: tener a unas decenas de kilómetros de nuestra frontera un problema político, con unas fuerzas armadas mucho más poderosas, supone una amenaza directa a nuestros intereses. El continuo desarme de nuestro país, no sólo el militar, sino también en el terreno de las ambiciones estratégicas, dará alas a nuestros vecinos para acentuar sus reivindicaciones territoriales, que siguen muy latentes en la sociedad marroquí; o bien de exigir determinadas actitudes subordinadas al suministro energético. Tenemos demasiados intereses económicos en esta zona como para despreciar lo que ocurre o suponer que con buenas palabras se van a disipar las amenazas.
No se trata ni de una actitud agresiva ni de beligerancia: si fuera así, el rearme intensivo de estos dos países debería ser analizado como una amenaza militar directa. Pero se trata de transmitir claros mensajes de autoridad y de ambición estratégica, apoyados en unas fuerzas armadas modernas, eficaces y con recursos, y en una política exterior que se centre en lo que realmente interesa a los españoles. O sea, superar los siete oscuros años de Zapatero.