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El sombrío futuro de Malí

Revueltas de los Tuareg en el norte combinadas con una agresiva penetración del islamismo radical en dicho escenario; un golpe de Estado en Bamako y, como telón de fondo, la sequía combinada con hambruna que azota a éste y a los demás países del Sahel.

El asalto a la residencia del jefe del Estado de Malí, el 21 de mayo, durante el que el presidente interino Dioncounda Traoré resultó herido, pone en evidencia las vulnerabilidades que sufre este país: revueltas de los Tuareg en el norte combinadas con una agresiva penetración del islamismo radical en dicho escenario; un golpe de Estado en Bamako cuyos efectos aún se sufren; y como telón de fondo la sequía combinada con hambruna que azota a éste y a los demás países del Sahel.

El ataque contra Traoré, actualmente hospitalizado, se producía al hacerse público el acuerdo alcanzado entre las autoridades interinas del país salidas del golpe producido entre el 21 y el 22 de marzo que derrocó a Amadou Toumani Touré y la delegación de la Comunidad Económica de Estados del África Occidental (CEDEAO) que llevaba semanas negociando una salida a la crisis. La Junta liderada por el capitán Amadou Sanogo se había comprometido en abril a dar el poder a un gobierno civil de transición liderado en sus primeros cuarenta días por Traoré, hasta el 22 de mayo. Acercándose esa fecha se ha fijado un plazo de doce meses para que Traoré prepare elecciones. Pero la solución alcanzada, de la que sale bien beneficiado personalmente Sanogo, no satisface a todos los actores que apoyaron el golpe y de ahí la agresión a Traoré.

Pero además estas desavenencias distraen y debilitan al Estado mientras el norte, la región del Azawad, va convirtiéndose en un erial en términos de seguridad donde los islamistas radicales –tanto los sectores de los Tuareg que abrazan dicha manipulación del Islam como los terroristas de Al Qaida en las Tierras del Magreb Islámico (AQMI)– van imponiéndose sin encontrar resistencia. El empeño de la CEDEAO por buscar una solución que evite la secesión, y la designación del presidente de Burkina Faso como mediador, está dando a los grupos que actúan en el norte un oxígeno que veremos qué efectos negativos tiene. Esta región inmensa e inhóspita era ya la zona de operaciones de AQMI y de su escisión Movimiento para la Unicidad del Yihad en el África Occidental, grupos terroristas que ahora se solapan con los Tuareg levantiscos agrupados desde siempre en el Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA) y su escisión yihadista Ansar Din. Todos campan hoy a sus anchas ante el debilitamiento del Estado y el reforzamiento introducido por las armas y los hombres que han venido desde Libia a raíz del derrocamiento del régimen de Gadaffi. En términos de cambio del escenario a peor, no sólo el Estado maliense se ve eclipsado sino también el propio MNLA que, históricamente, ni siquiera exigía la independencia para la región sino sólo un reconocimiento de su identidad y una participación más equitativa en las riquezas del país. Si nadie lo remedia, el presente y el futuro es para los yihadistas, que conservan a buen recaudo a sus secuestrados en la región y contagiarán a buen seguro al también inestable Níger.

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