Se acerca el 6 de noviembre y en la media de encuestas de Real Clear Politics Romney aventaja a Obama por 47,6 a 46,9%. En el mapa electoral, Obama obtendría 206 votos electorales y 201 Romney; quedarían en disputa 131. Entre tanta igualdad, el segundo de los debates aclaró poco. Celebrarán mucho el empate retórico los despistados medios europeos, absurdamente rendidos a un presidente nocivo para su economía y que legará un fabuloso precio del petróleo; pero a Obama no le llega la camisa al cuello.
Mientras Romney propone reformas para crear empleo –mediante rebajas impositivas– y para el sostenimiento de la sanidad, Obama repite el fallido programa de estos cuatro años. Quiere contratar a 100.000 profesores más –públicos, se entiende–, lo que suena al socialista francés Hollande, algo ya bastante grave cuando uno se presenta en América, pero más cuando no hay dinero. ¿A cuánto habrá de ascender el déficit anual, cuya media estos años fue el entero PIB de España? Pretende seguir invirtiendo (gastando) en energía verde, cuando todo americano sabe –ningún europeo, pues no se dan estas noticias en el Viejo Continente– que estos programas son cementerios de empresas no rentables engordadas con dinero público. Quiere que los ricos paguen más y abandera una reforma migratoria que la cadena hispánica Univisión le reprochó –en español– no haber cumplido en su primer mandato. Según Romney, los americanos no se pueden permitir cuatro años más de esto, Tampoco el mundo.
En la Convención Demócrata, el senador Kerry –derrotado por Bush– se pavoneaba por haber matado Obama a Ben Laden. La horrible respuesta de Al Qaeda la obtuvo en el undécimo aniversario del 11 de Septiembre. Sólo los terroristas son responsables del asesinato del embajador en Libia y de tres de sus colaboradores. ¿Por qué entonces intentó Obama explicar este rechazo a América, este aprovechamiento de la debilidad de sus políticas, con una protesta que jamás tuvo lugar al famoso vídeo estúpido? Cubriéndose con la mención genérica a un ataque terrorista escondido en la antepenúltima línea de un discurso dedicado por lo demás a deplorar la libertad de expresión occidental, había que fingir que en tierra del islam adoran a Obama por no ser Bush, lo que es mentira. ¿Por qué, si sabía que era un atentado, envió luego a la embajadora en Naciones Unidas a cinco programas televisivos a defender la falsa tesis de la protesta?
Será imposible preservar los beneficios de la Pax Americana con esta apaciguadora retirada estratégica de un país empobrecido y endeudado. Los americanos saben que Obama no es quien prometió, que sufren una economía artificialmente inflada – monetariamente, vía estímulo presupuestario y deuda– y aun así incapaz de crecer a más del 1,3% y crear empleo. Les queda por saber si pueden confiar en el aspirante. Ese es el reto de Romney.