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El gruñido del oso ruso

La amenaza iraní es una realidad y ese y no otro es el sentido de las instalaciones en Polonia y Chequia. Pero la opción polaca y checa va más allá. Ellos no sólo buscan protección frente a Teherán. Quieren una alianza contra el expansionismo ruso.

La prensa sensata, es decir, progre, nos alerta de la grave situación por la que pasan las relaciones entre Estados Unidos y Rusia a cuenta de la instalación en Europa de elementos –misiles y radares– del sistema norteamericano de defensa frente a misiles balísticos. En la cumbre anual de Munich, Putin subió el tono y dejó bien claro que consideraba esas instalaciones como potencialmente agresivas. Una vez más, cuando Moscú levanta la voz, nuestra izquierda, hoy como ayer, critica a Washington porque no hay dudas sobre dónde está la legitimidad "progresista", que la "democrática" no viene al caso.

Diarios tan sesudos y sensatos como el mismísimo Financial Times nos alertan de que la defensa antimisiles no está del todo desarrollada y que es más importante la relación con Rusia que la amenaza iraní. Repasemos el dossier antes de perder definitivamente la cabeza.

Los europeos, desde nuestra superioridad intelectual y moral, nos reímos de la iniciativa del presidente Reagan de constituir una Defensa Nacional antimisiles, la famosa "Guerra de las Galaxias". Aquella iniciativa jugó un papel relevante en la quiebra de la Unión Soviética, incapaz de seguir la carrera de armamentos desatada por Estados Unidos, y, sobre todo, fue la respuesta a un hecho inquietante: la proliferación de misiles, que suele ir acompañada de la proliferación de armas de destrucción masiva. Los misiles norcoreanos y los iraníes, que amenazan hoy territorios de estados democráticos, han hecho su aparición cuando el sistema norteamericano está bastante desarrollado, sobre todo en sus versiones de teatro.

Mientras la hormiga norteamericana laboraba, la cigarra europea disfrutaba de su portentoso estado de bienestar y sus prolongadas vacaciones pagadas, mirando con superioridad desde la distancia. La amenaza se fue haciendo realidad y entre los europeos comenzó a cundir el nerviosismo. Había que hacer algo. Era necesario dotarse de un escudo o tendríamos que aceptar el vasallaje frente a cualquier agresor. Se pusieron manos a la obra y la primera condición fue desarrollarlo desde la industria europea. Y es que nosotros no tenemos por qué comprar patentes a los americanos. Un buen prejuicio ideológico tiene la ventaja de que está por encima de la crítica racional y el inconveniente de que se estrella de bruces contra el muro de la realidad. La industria europea carecía de los medios financieros y técnicos necesarios para desarrollar su propio sistema de defensa antimisiles. Una vez más los malditos yanquis eran necesarios. Así, en el marco de la OTAN (recuerdan, el instrumento del imperialismo norteamericano en Europa) comenzó a estudiarse un sistema conjunto. Pero ya era tarde. Los misiles tsahal iraníes son una realidad ante la que estamos expuestos. Estados de la Europa Oriental, que todavía tienen claro quién es el aliado y quién el enemigo, han aceptado ser la base de misiles (Polonia) y de un radar (Chequia). El Reino Unido, donde ya está instalado un radar ha solicitado que se instalen misiles para involucrarse aún más en la red.

Putin ha gruñido. El oso ruso una vez más pone en evidencia su crónica sensación de vulnerabilidad. Demasiada frontera para un estado tan frágil. Pero hay más. Rusia no ha aceptado nunca la desintegración de la Unión Soviética y, por lo tanto, el que las antiguas repúblicas populares se hayan ido integrando en la Unión Europea y la OTAN. El paso dado por Polonia y Chequia va más allá de ser miembro de la Alianza Atlántica, supone, como en el caso del Reino Unido, una opción estratégica en el medio y largo plazo para formar parte del dispositivo de seguridad norteamericano. Eso molesta y mucho en Moscú.

La amenaza iraní es una realidad y ese y no otro es el sentido de las instalaciones en Polonia y Chequia. Pero la opción polaca y checa va más allá. Ellos no sólo buscan protección frente a Teherán. Sobre todo buscan una alianza contra el expansionismo ruso. Para ellos los misiles y el radar son lo de menos, lo fundamental es el vínculo estratégico.

¿Tiene razón Rusia para quejarse? Los temores de polacos, checos y húngaros están fundamentados en la historia y en el comportamiento de la administración Putin. Nuestros colegas de la Europa Centro-Oriental no son unos paranoicos cuando hablan del problema ruso, como tampoco lo son nuestros amigos bálticos cuando repiten las mismas tesis. Rusia es un problema y lo seguirá siendo hasta que se consolide una auténtica democracia y dejen de entender su seguridad en términos de finlandización de sus vecinos.

Por otro lado, si Rusia se ocupa de abastecer de material militar a Irán y de protegerla de sanciones eficaces en el Consejo de Seguridad, ¿con qué derecho se queja de que los europeos tomemos medidas para defendernos de sus misiles? Ellos son en parte responsables de la situación creada, de la amenaza que pende sobre nuestras cabezas. Ellos, menos que nadie, tienen derecho a cuestionar nuestras decisiones.

El Financial Times y la progresía europea exageran cuando hablan de una grave crisis con Rusia. Moscú mide sus pasos y tiene un sentido de la realidad estratégica muy superior al de la mayoría de los estados europeos. Son los comentarios progres, los de la falsa sensatez, los que pueden animar a Rusia a seguir adelante al ver que, a mayor presión, mayor cesión ¡Y tienen el descaro de criticar a Chamberlain!

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