Después de proponer para el Tribunal Supremo a una persona que dijo que una sabia mujer latina –quería decir hispana, latina sólo es Beatriz Galindo– puede aportar más que un hombre blanco, al presidente de los Estados Unidos, se le ocurrió calificar de estúpida la detención de un profesor por –según daba a entender– ser negro. Resultó que no había nada de ello y presidente y asesores se han pasado la semana pidiendo disculpas y poniendo a los policías por las nubes.
Lo estúpido, sin embargo, era más bien la evolución de los datos de aceptación en las encuestas. Su descenso es debido no sólo a su plan de seguro social público para la sanidad, sino al conjunto de gigantescas expectativas creadas por su imprudente grandilocuencia, y hoy defraudadas al encontrarse con la realidad.
Mientras, el Gobierno español decide estos días, en plan juzgado de reality show –nada de esas antiguallas del Estado de Derecho–, con qué joyitas de Guantánamo nos quedamos y en qué condiciones. Mucha suerte a todos. Pero el propio Obama retrasa varias decisiones sobre el penal. Y llevamos ya siete meses y no se cierra, oiga. Debía ser terrible aquello de Bush, menos mal que hemos venido ahora los buenos a hacer lo mismo.
Entretanto, la política internacional exenta de principios, pragmática y diplomática y demás de un Obama dispuesto a hablar con todos ha dado ya todos los resultados esperados. A saber, reforzamiento de la línea dura en Irán donde la represión campa por sus respetos, pruebas armamentísticas de Corea del Norte que aprovecha para burlarse de la secretaria de estado Clinton y promete más leña. Por supuesto el secretario de Defensa Gates –otra reliquia de Bush– ha estado en Israel para comunicarle públicamente que nada de prevenir un eventual ataque de Irán.
Todo, la mar de estúpido.
Lo más inmediato para el ciudadano americano, sin embargo, es la resistencia de la situación económica a cambiar de signo a pesar de los enormes gastos públicos generados que no han resuelto nada. Ha de añadirse el temor generalizado a la socialización de la medicina, lo que ha hecho que la aceptación de Obama descienda en alguna encuesta incluso por debajo del fatídico 50%.
Cuando Obama venció a Hillary en las primarias tuvo la ocurrencia de exclamar en un alarde de humildad: "Somos aquellos que estábamos esperando". El catecismo progre que se pretendía aplicar está chocando con la realidad. Lo que lleva a la única conclusión posible: si el progresismo nunca funciona y tiene que acabar pidiendo la hora para que venga otro a arreglar sus desaguisados, ¿por qué no nos ahorramos sus efectos nocivos?
Porque al ambiente cultural e ideológico que prevalece en Occidente le gusta que le mientan. Pero lo cierto es que casi nunca se coge antes a un mentiroso que a un cojo; sólo cuando además hace el estúpido. En España, ni eso.