Si Sir Winston Churchill levantara la cabeza y contemplara lo que está sucediendo en Irán, donde miles de manifestantes, a pesar de todos los riesgos, siguen saliendo a la calle para pedir libertad y el fin del régimen de los ayatolás, seguramente se parafrasearía y diría "nunca unos cuantos abochornaron tanto a tantos". El silencio del mundo occidental en su conjunto frente a Irán es una vergüenza de proporciones históricas.
Treinta años de revolución jomeinita han dado lugar a un régimen revolucionario, exportador del terrorismo, con ambiciones hegemónicas en la zona y el deseo de ser una potencia mundial gracias a su arsenal atómico. Pero han sido insuficientes para contentar a los iraníes tanto en lo espiritual como en lo material. Los jóvenes en Irán que han nacido después de la revolución y que sólo conocen el rigor de los ayatolás, han intentado decir basta una y otra vez desde comienzos de esta década. Y una y otra vez han sido sofocados por el aparato represor del régimen fundamentalista de Teherán.
Ahora podía ser distinto. Si creemos las declaraciones oficiales, el mundo teme un Irán nuclear; e igualmente, la comunidad internacional condena a un líder como Ahmadinejad, radical, iluminado, provocador y que no responde a ninguno de los estímulos que se le ofrecen, salvo con provocaciones. Es más, por primera vez en muchos años, aquello de ayudar a quienes aspiran a vivir en libertad es una manifiesta realidad en Irán: desde el palpable fraude electoral de junio pasado, no ha habido mes sin manifestaciones en las calles. Aún más, cada día es más evidente la confusión y la división de un régimen caduco que no sabe cómo reaccionar. De ser verdad algunas informaciones, muchos policías se habrían negado a disparar contra los manifestantes los pasados 26 y 27.
Pero la comunidad internacional se escuda en las vacaciones de Navidad para justificar un silencio culpable. Los líderes de las principales democracias deberían desde ya condenar el uso de la fuerza y la represión por parte de los ayatolás frente a sus propios ciudadanos que se manifiestan pacíficamente por su libertad. Y al igual que se está siempre dispuesto a llevar ante los tribunales internacionales a dictadores de derechas, Ahmadinejad y sus acólitos deberían ser llevados ante la Corte Penal Internacional. Sus acciones y sus diatribas no pueden quedar impunes por más tiempo.
Es más, si de verdad se es serio y se pretende acabar con el programa atómico iraní, nada mejor que la alternativa del cambio de régimen. Lástima que un presidente como Obama prefiera la estabilidad de poder hablar con los actuales dirigentes de Teherán a tener que enfrentarse al cambio democrático en ese país. Por no decir de los Zapateros que sólo apuestan por aliarse con gente tan civilizada como los Ahmadinejads.