Las instituciones y organismos internacionales son cada vez más inadecuados e incapaces de resolver las crisis y abordar los retos estratégicos de este siglo. Al mismo tiempo, el Estado se revela de nuevo como el principal actor estratégico, a pesar de ciertas limitaciones que reducen su margen de actuación. En esta vuelta a la revalorización del papel de los países en el juego de las amenazas mundiales se encuadra el auge de las políticas y estrategias de Seguridad Nacional desde hace unos pocos años.
La falta de nitidez entre lo interior y lo exterior, y la necesidad de dar un "enfoque integral" de la seguridad, ha sido materializada por varios países europeos y algunos en vías de desarrollo en la promulgación de sus Estrategias de Seguridad Nacional. En ellas se anuncia la integración de sus políticas ministeriales y la intención de articular sus medios para actuar dentro y fuera del territorio, estrategias que han constituido una novedad y un reto para estos países.
España también quiso dotarse de una de ellas, aunque sus comienzos fueron confusos. En 2008, Carmen Chacón se empeñó en quitarle el protagonismo al propio presidente del Gobierno y tomar las riendas de una estrategia de seguridad elaborada desde la perspectiva de su único ministerio. No veía o no quería ver que la cuestión no era elaborar un documento que respondiera exclusivamente a sus intereses departamentales y a una perspectiva limitada de los acontecimientos, sino aproximarse a los problemas de seguridad de manera global. Consistía en disponer de un documento que tratara la seguridad como la conjunción de elementos dispares, desde la prosperidad económica y el dinamismo tecnológico hasta el plano moral; desde una acción exterior activa y adaptada al entorno internacional a unas Fuerzas Armadas preparadas y listas paras ser empleadas en un amplia gama de tareas y misiones; de unos Cuerpos de Seguridad del Estado capaces de dar respuesta tanto a la criminalidad como al terrorismo global; de un alcance no limitado por las fronteras nacional y todo como resultado de un proceso activo y anticipatorio.
La idea necesitaba un esfuerzo interdepartamental que por entonces no parecía muy posible por un lado por la falta de interés mostrada, y por otro por la ignorancia de lo que se pretendía o quería hacer. Al final se decidió que fuera Javier Solana quién escribiera la dichosa estrategia y la presentara el gobierno antes de finales de 2010. ¿Dónde está?
Seguramente en algún cajón cogiendo polvo, aunque buena parte se filtró a los medios ante de acabar el año. Quizá el reto le venía grande a este Gobierno socialista, o quizá con la que está cayendo se decidió que no era momento para ocuparse de estas nimiedades. También cabe la posibilidad de que alguien pensara que de poco servirían las ochenta páginas de la Estrategia Española de Seguridad si no se pensaba un poco en cómo aplicarla, es decir en los instrumentos para llevarla a cabo. Claro que disponiendo de poco más de un año para las próximas elecciones generales al final tiraron la toalla. Y al resto nos privaron de ver por donde andaban los tiros en cuestión de riesgos e intereses de este país, pero desde el prisma europeísta y poco ilusionante de Solana.
También cabe preguntarse qué pensarán los partidos de la oposición sobre el borrador de Solana, si lo tendrán en sus mesas –suponemos que sí dada la naturaleza del papel– si lo habrán ojeado, y si sabrán para qué diablos sirve. El caso es que por ahora nos quedamos sin Estrategia, perdiendo nuevamente el tren al que hace tiempo se subieron muchos países. Con el temor de que el tren tardará mucho tiempo en volver a pasar.