Cuando el 11 de marzo próximo Sebastián Piñera jure como presidente de Chile, la Coalición por el Cambio, formada en torno a los partidos Renovación Nacional (RN) y Unión Democrática Independiente (UDI), controlará el Ejecutivo y el Parlamento. La UDI, fundada por ex altos cargos del régimen militar, se ha convertido en los últimos años en el partido más popular de Chile, pasando del 9% de los votos a más del 25% y en estos días los dos presidentes de las cámaras pertenecen a sus siglas. Un éxito insospechado hace 20 años.
Los politólogos estaban convencidos de que Chile sería un país de izquierdas durante décadas, debido al recuerdo de la dictadura de Augusto Pinochet y a la alianza desde los democristianos (antes el mayor partido del país) a los comunistas. Sin embargo, la derecha ha sabido unirse y conquistar sectores del electorado. Desde 1990 hasta ahora, la costumbre era que la Concertación presentase un candidato a la presidencia, mientras que la derecha presentaba dos; en estas elecciones, la derecha ha presentado uno solo, mientras que los otros tres eran candidatos surgidos de la coalición de izquierdas.
La victoria se ha producido frente a una labor de Gobierno exitosa. La presidenta, la socialista Michelle Bachelet, se retira con un 80% de aprobación. Las dos décadas de la Concertación, que ha mantenido las líneas de la política económica fijadas en la Constitución pinochetista de 1980, han reducido la pobreza y ampliado las clases medias. Una muestra de esa mejora continua es el reciente ingreso de Chile en la OCDE, el segundo país iberoamericano en hacerlo, por delante de Brasil y Argentina. Por tanto, no se necesita una crisis económica o política en los gobernantes para que la oposición obtenga un triunfo electoral.
Pero no hay que olvidar que la victoria de Piñera se produce por una escasa ventaja superior a los tres puntos. Piñera ha ganado en las elecciones en que menos votos válidos se han registrado; de la misma manera será el presidente con menor apoyo popular desde Patricio Alwyn. El militante de Renovación Nacional ha obtenido 3.563.000 votos, frente a los 3.723.019 de Bachelet hace cuatro años o los 4.040.497 del propio Eduardo Frei en 1994. La clave del inmovilismo en Chile ha sido la escasa renovación del censo electoral; la inscripción en él es voluntaria y desde el plebiscito que perdió Pinochet en 1988 sólo ha crecido en 800.000 personas. Este censo ha dado cuatro presidentes a la Concertación y si ha basculado hacia el otro lado ha sido por un puñado de votos. Aquí se ha producido un fracaso la derecha: su incapaz de inscribir nuevos votantes. Los factores que han determinado el cambio son variados: cansancio con la Concertación; rencillas internas; crisis generacional; casos de corrupción; etcétera.
Eduardo Frei ha sido un oportunista. Ha pasado de oponerse al procesamiento de Pinochet en 2000 a declararse partidario a derogar la ley de amnistía. A pesar de sus giros –o gracias a ellos– creció de un 29% en la primera vuelta a un 48% de voto en un mes, mientras que Piñera subió ocho puntos escasos. Quizás de haber durado más la campaña el democristiano, que no ha dudado en llevar a los comunistas al Parlamento, en prometer a éstos el cambio del sistema electoral y en recurrir a las sospechas sobre el asesinato de su padre por orden de Pinochet, habría podido derrotar al derechista. Según los primeros análisis, Frei necesitaba captar alrededor del 70% de los votos del diputado socialista Mario Enríquez-Ominami, el tercer candidato en la primera vuelta, que recibió el 20%. Finalmente obtuvo 63,73%. Menos de 100.000 votos.
En resumen, Piñera ha vencido por la menor movilización de los partidarios de la Concertación y la despolitización de un pequeño sector de chilenos que le ha llevado a votar al candidato del cambio, fuese por el ascenso social que han vivido en estas décadas o por la desaparición de Pinochet, lo que ha acabado de anular el discurso de la Concertación basado en el recuerdo de la dictadura. Pero de nuevo aparecen los riesgos de confiar en los errores ajenos en vez de en los aciertos propios.