Seamos claros desde el principio: la gravedad de la actitud del Gobierno ZP renunciando de facto a la soberanía española sobre Gibraltar, con ser enorme, no es más que una demostración más del significado del socialismo español del siglo XXI: éste recoge de su propia historia el patológico fanatismo antiespañol y el ensalzamiento de todo aquello que atente contra los intereses de España. No es realmente sorprendente: era la izquierda de la II República, la que Zapatero dice añorar, la que gritaba "muera España" y "Rusia sí, patria no".
El rechazo a defender los intereses y necesidades de la nación española ha sido una constante y consciente desde su primera legislatura. Lo primero que hizo fue destruir el Plan Hidrológico Nacional que tenía la gran virtud de ser una política integradora de la nación respaldada por el Estado. No es ocioso que en un primer momento se vistiera esa vergüenza bajo el manto verde de la hipocresía ecológica. Los otros grandes logros de Zapatero en la primera legislatura fueron la retirada de Irak, que borró de un plumazo el prestigio de España en el exterior; el pacto secreto con ETA mientras seguía asesinando, debilitando la unidad contra el terrorismo; y haber forzado la aprobación del mal llamado estatuto de Cataluña, que rompió jurídicamente la nación española.
Lo hemos visto también en materia de exteriores con la única iniciativa de Zapatero en la materia: la Alianza de Civilizaciones que tiene por principal atractivo haber sido una propuesta original procedente de Irán –cuyo gobierno, como es sabido, es amante de la paz, la calma y el entendimiento entre los pueblos–, y proponer la erosión de los valores tradicionales y culturales de –cómo no– la España cristiana, la nación más antigua de Europa. A esto se suma la dejadez en Europa, donde se han dejado de defender nuestros intereses, lo mismo que en el norte de África o en Iberoamérica. Respecto al islamismo, el Gobierno español es el gobierno occidental más condescendiente con quienes no dudarán en volver a derramar sangre española en cualquier lugar del mundo. Eso sí, España lo paga todo y subvenciona a todo aquel que pida un dinero que empieza a faltar a los españoles.
Ante todo lo anterior, el problema de la crisis económica es el menos importante para el futuro de España ¿Quién duda que esta segunda legislatura ha de servir para consolidar esos proyectos? ¿Quién duda que el resultado último de esos planes es la desintegración de España y su confederalización? Cambiar la nación, cambiar la sociedad, reventar la Constitución sin que los españoles –a los que se les está hurtando la nación por la puerta de atrás– lo decidan. Por lo menos, no dirán que Zapatero no tiene proyecto y no lo lleva a cabo.
Es discutible si este Gobierno carece de legitimidad de origen, pero de lo que no cabe duda es de la ilegitimidad de ejercicio: cada una de sus propuestas políticas tiene como razón de ser la destrucción del sustrato sobre el que se sostiene el entramado institucional, la nación española. En términos objetivos, España es más débil en todos los sentidos –interior y exterior– que lo que era en 2004, en 1994 y en 1984. Y seguimos por el mismo camino de erosión nacional. Y todo parece indicar que así seguiremos, al menos hasta 2012.
Con Gibraltar, la historia se repite. No que dé igual que Reino Unido entregase la colonia de Hong Kong a la muy democrática y popular China, y no cierre su colonia blanqueadora de dinero y paraíso fiscal europeo devolviéndola a un socio de la UE; ni los problemas legales y económicos que Gibraltar plantea a diario. No se trata de intereses o políticas estratégicas equivocadas. De lo que se trata es de la pulsión antiespañola del Gobierno de Zapatero, que le lleva a actuar contra la nación, sus valores y sus intereses. Ese es el verdadero problema. Desde la financiación del proyecto nacionalista catalán y el acoso a la Comunidad de Madrid hasta la política exterior, todo surge de una convicción común a Zapatero, Chacón, Moratinos o Chaves: rechazar todo lo que fortalezca a España y favorecer todo lo que la debilite. Gibraltar incluido.
Si supieran latín quizá hubieran puesto un título a su programa electoral: delenda est Hispania. No por increíble esto es menos real, y a nada que uno abra los ojos se lo encuentra frente a las narices: un Gobierno debilitando conscientemente su propia nación. Nos disculparán que no nos quede más remedio que proponernos el plan contrario: acabar con esa nefasta ideología socialista que nos ha traído la indignidad, la miseria y va camino de disolver la nación, el último límite de lo soportable. Delenda est Hispania? No si podemos evitarlo.