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De treguas y bombas

La proclamación de la tregua equivale, para Israel, a una renuncia. Se ahorrarán vidas de momento, pero no garantiza que no haya que sacrificarlas en el futuro. Es la paradoja de las guerras poco conclusivas.

"Hemos alcanzado todos los objetivos de la guerra y más", dice Olmert anunciando el comienzo de una tregua en la madrugada del domingo 18. Hamás lo celebra intensificando sus disparos contra poblaciones israelíes, pero se adhiere doce horas después. Las dos partes se declaran más que dispuestas a reanudar instantáneamente el fuego si la otra lo hace, así que lo prudente es pensar que se trata de fintas diplomáticas que tendrán de momento escasa incidencia sobre el terreno, más allá de la infinidad de acusaciones mutuas. Estas maniobras suelen tener efecto retardado. Habitualmente sólo prosperan tras múltiples intentos.
 
Hamás se la ha envainado. Había prometido luchar hasta la retirada del enemigo y prácticamente no ha combatido. Pero se dice presta a hacerlo si los israelíes no se retiran en una semana y si la paz no les aporta su meta: apertura de fronteras con Israel y Egipto. Olmert no promete nada ni se fija plazos. Sus fuerzas no pretenden quedarse, dice. Se irán si no hay hostigamiento contra sus soldados y cesan los disparos sobre la frontera. Pero lo cierto es que su ofensiva no ha silenciado los misiles palestinos. Tuvo el cuidado de no ser demasiado categórico. No prometió reducirlos a cero. Lo ha logrado en aproximadamente tres cuartos. Cabe preguntarse si la acción militar fue realmente a por ellos. Su continuidad le ha permitido mantener el esfuerzo y poner la carga de la responsabilidad sobre los hombros de Hamás. Sus acciones provocaron el conflicto, en sus manos ha estado en todo momento la posibilidad de pararlo en seco y de ella será la responsabilidad de la reanudación. Es una lógica implacable aunque no convenza a quienes confunden la guerra con una crónica de trágicos sucesos y condenen a Israel por tener pocas bajas. Que muchos rechacen el argumento no tiene nada de anecdótico, es parte sustancial del conflicto y una de las más poderosas armas de Hamas, que seguirán explotando en los dimes y diretes sobre quién viola el alto el fuego y quién se limita a replicar.

Pero incluso con treguas renqueantes, Israel se ha vetado a sí misma la supuesta tercera fase de su operación, la entrada en zonas densamente urbanas, dónde las bajas serían más altas por ambas partes, pero donde podría dar la estocada definitiva a Hamás, atrincherada entre civiles, y, lo que es todavía más decisivo a efectos disuasorios, demostrar su voluntad de hacerlo. No menos importante hubiera sido probar la capacidad última de resistencia de los radicales que gobiernan el territorio. De haberse demostrado despreciable, lo que no puede descartarse, las vidas se hubieran ahorrado y el impacto sobre la organización islamista sería mucho más devastador que el de un aplastamiento heroico.

La proclamación de la tregua equivale pues, para Israel, a una renuncia. Se ahorrarán vidas de momento, pero no garantiza que no haya que sacrificarlas en el futuro. Es la paradoja de las guerras poco conclusivas. Ahora todo dependerá de los arreglos internacionales que están todavía en fase muy primitiva de gestación y tendrán un tardía y azarosa puesta en práctica. Se trata del cierre al contrabando masivo de armas de la pequeña pero sumamente porosa frontera entre la franja y Egipto.

El otro gran tema, el de la disuasión, reside en las percepciones, propias y ajenas. En ese campo psicológico Israel ha recuperado terreno perdido en el 2006, pero ¿cuánto? Hamás, por su parte, no ha salido bien parada ni en hacienda ni en fama, pero ¿hasta dónde llega la mella del desprestigio entre los suyos? Su cotización internacional se ha depreciado, arrastrando en su baja a todos sus aliados que no han acudido en su ayuda, pero naturalmente, con mas riesgos y más costes, todos estos efectos podían haber sido más intensos.

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