Las detención de una célula terrorista en Barcelona en la "operación Fish", pone de manifiesto una vez más la delicada situación en que se encuentra Cataluña en relación con el terrorismo islamista. Es la zona de España donde más detenciones de islamistas se producen y donde los planes de atentar llegan más lejos y con más ramificaciones. No es casualidad que sea así, porque el descontrol migratorio alcanza aquí cotas demasiado altas y la política de seguridad del Gobierno catalán cotas demasiado bajas.
Superponiendo los criterios ideológicos nacionalistas a la seguridad de los catalanes, el Gobierno nacional-socialista lleva años favoreciendo la inmigración procedente del norte de África, e incluso de otros lugares como Pakistán, en detrimento de la inmigración hispanohablante de Iberoamérica. Ello con la convicción de que es mejor un paquistaní o un magrebí que se vea forzado a aprender catalán que un peruano o un boliviano que hablen español y que no tengan que aprenderlo.
En consecuencia, más de la mitad de la inmigración paquistaní y más de un tercio de la marroquí tiene por destino Barcelona, lo que no tendría nada de particular si no es por el hecho de que esta política, unida a la de la multiculturalidad, tiene graves repercusiones en la lucha antiterrorista. Cataluña es lugar de paso, de residencia, descanso y reclutamiento de las redes yihadistas, amparadas en una política migratoria suicida. La política de inmigración del Gobierno de Cataluña está poniendo en riesgo la seguridad de los catalanes y del resto de españoles.
Además, a esto se añade el silencio y la ocultación que hace la Consejería de Interior de Saura del estado de la cuestión, e incluso sus negativas constantes a reconocer que el problema es real y acuciante. En vez de advertir del problema derivado del descontrol migratorio de determinadas comunidades y grupos, se niega y se esconde a los catalanes la verdadera situación.
No es casualidad que la gran mayoría de las últimas células yihadistas detenidas en España lo hayan sido en Cataluña, y que haya sido aquí donde más cerca hemos estado de la tragedia. En el año 2004, varios islamistas fueron apresados cuando pretendían atentar contra un hotel de la capital catalana. En octubre de 2007, un ciudadano francés de origen marroquí fue detenido cuando intentaba atentar contra varios edificios de la ciudad de Barcelona. Pero sin duda, cuando más cerca estuvo Barcelona de una masacre fue en enero de 2008, hace justo un año. Varios terroristas suicidas tenían previsto atentar contra el metro de Barcelona en hora punta, en lugares distintos y con mochilas-bomba. Los integrantes de la célula terrorista tenían su epicentro en torno a la mezquita de Tariq Bin Ziyad, en El Raval. El plan se desarticuló con pocos días de antelación.
Ahora una nueva célula yihadista es detenida, con el epicentro de nuevo en Barcelona y de nuevo en El Raval, un barrio cada vez más degradado y descontrolado, y que el Gobierno catalán y el Ayuntamiento de Barcelona se empeñan en elegir como modelo de convivencia. Porque lo peligroso del caso catalán no es ni la continua sensación de descontrol que algunos barrios catalanes transmiten, ni el hecho de que Barcelona sea un centro neurálgico importante para yihadistas magrebíes o paquistaníes. Lo peor es que la administración catalana, de manera irresponsable, está colaborando activamente en ello, tanto con la política de inmigración y multiculturalismo como con la política de seguridad ciudadana, que se resume en esconder y no decir nada. Es necesario un cambio cuanto antes, porque avisos estamos teniendo. Esperemos que algún día no sea demasiado tarde.