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GEES

Conspiraciones y espías

No es necesario un complot judío para que muchos en América se sientan heridos por la afirmación de que la política nacional en la región es la culpable del 11-S o se escandalicen de la justificación y defensa de la represión en Tian’anmen o en el Tibet.

En los últimos siete u ocho días, los medios americanos, en noticias y comentarios, han estado ocupándose de un nombramiento de Inteligencia, con repercusiones en Oriente Medio y China. El nombrado terminó retirándose del puesto ofrecido, acusando al lobby judío de conspirar contra él. Una ligera distracción respecto al agobiante tema de la crisis que se agranda de semana en semana y un revelador botón de muestra de los métodos washingtonianos y la política americana.

Esto de los nombramientos, hasta los más obamistas reconocen que está resultando el punto débil de la nueva Administración. Han fallado demasiadas veces en el proceso previo de examen de los antecedentes del candidato, lo que ha derribado a algunos y empañado a otros. Varios han resultado defraudadores del fisco, empezando por el poderosísimo ministro de Hacienda, secretario del Tesoro, Timothy Geithner, alto directivo en la industria financiera que ahora pretende arreglar. En lo que a nombramientos se refiere, Geithner ha resultado problemático en un segundo sentido: a más de cuatro meses de las elecciones y 50 días de la toma de posesión no ha cubierto aún los principales cargos de su departamento, a pesar de la hercúlea tarea con la que se enfrenta.

El caso del brillante diplomático Charles Freeman es netamente político, aunque también tiene que ver con dineros. Elegido por el nuevo DNI, Director Nacional de Inteligencia, almirante Blair, para presidir el Consejo Nacional de Inteligencia, su puesto no tiene que someterse al delicado proceso de aprobación parlamentaria, por lo que ha sido necesario un escándalo nacional para derribarlo. El Consejo es una especie de think tank interno que supervisa las evaluaciones de inteligencia, tratando de obtener, aunque más exacto sería decir forzar, la cooperación del las 16 agencias del sistema. Su importancia no está sólo en los grandes productos que llegan a adquirir notoriedad internacional, como el que le atribuía a Sadán la posesión de armas de destrucción masiva, sino también en su papel en el breve informe diario que el DNI presenta al presidente.

De joven Freeman fue el traductor de Nixon y Kissinger en su histórico viaje a China en el 72. Y no sólo habla el idioma nacional, antiguo mandarín, sino también el taiwanés. Aprovechó su más reciente experiencia como embajador ante la corte Saudí para aprender el árabe. Ha desempeñado subdirecciones y direcciones generales en Defensa y Exteriores. No es experiencia lo que le falta. Blair, el DNI, vio en él una cualidad valiosa y poco común en cualquier comunidad, incluida la de Inteligencia: la capacidad de meterse en las botas de la parte espiada y de salirse de la ortodoxia predominante entre colegas.

Pero todo en exceso es malo. La estimable capacidad de ver el punto de vista contrario resultó en Freeman la defensa sistemática del mismo. Uno de esos raros embajadores que parecen representar a la capital a la que han sido destinados, no a la que los destina. Especialmente cuando esa capacidad es agradecida con generosas dádivas. Últimamente Freeman dirigía un centro de estudios sobre el Medio Oriente sumamente proárabe y antijudío, ampliamente sufragado por los saudíes. Pero no es necesario un complot judío para que muchos en América se sientan heridos por la afirmación de que la política nacional en la región es la culpable del 11-S o se escandalicen de la justificación y defensa de la represión en Tian’anmen o en el Tibet por parte de alguien que cobra como consejero de la principal empresa petrolera china, prácticamente estatal. No es muy elegante marcharse dando ese simbólico portazo, aunque eso le depare el apoyo izquierdista. El resultado, un importante traspiés cara a dos regiones vitales en la diplomacia americana: Oriente Medio y China.

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