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De Aminatu a Fariñas

La diferencia entre lo que ocurrió con Aminatu y lo que ocurre con Fariñas es que a la izquierda simplemente no le interesa el cubano: ni habrá protestas.

Resulta moralmente obsceno el relativismo con el que la opinión pública afrontados casos análogos y en donde las reacciones españolas han sido diametralmente distintas. En el caso de Guillermo Fariñas –en huelga de hambre para pedir la liberación de los presos políticos–, es demasiado fácil culpabilizar al Gobierno de Rodríguez Zapatero. Pero más allá de eso, se impone una profunda reflexión en la sociedad española sobre los valores democráticos quesupuestamentetenemos.

Si hace unos meses España se implicó a conciencia para salvar la vida de Aminatu Haidar, disidente políticasaharaui, la preocupación de nuestro país por Guillermo Fariñas ha sido –a excepción de medios como Libertad Digital– inexistente. Una auténtica vergüenza en la que, primero el desprecio y después la indiferencia,nos hanconvertido a todos los españoles en un Willy Toledo colectivo. Preocupada por asuntos tan importantes como el Mundial de fútbol, España asiste con la pasividad de un enterrador al agonizante final de vida de un disidente que decidió con valor renunciar a vivir si ello significaba mantener presos a otros discrepantes con el régimen socialista caribeño.

La culpa no es sólo de Zapatero ydel Gobierno. A estas alturas no podemos esperar de Moratinos mucho. A fin de cuentas se fundía en abrazos con Arafat, ha hecho de interlocutor ante Hamas y entre sus mejores logros figura el de haber situado a España como un país absolutamente irrelevante en el contexto internacional. También ha sido el portavoz en Europa de dirigentes de la categoría de Chávez, Morales o el propio Castro. Es evidente que el viaje de Moratinos a La Habana no va a ser para arreglar este asunto sino, al contrario, para asegurar al último representante del socialismo real del mundo que no habrá sanciones por parte de la Unión Europea. En unas declaraciones inmorales el propio ministro vino a decir que Fariñas ya había llamado la atención bastante y que ahora ya no era necesaria esa huelga. No está claro si desprecia más la vida que la libertad. En definitiva, él,  como el gobierno de Zapatero, tiene esa capacidad para alinearse en cuestiones morales con los regímenes más despóticos que abarcan desde Irán a Venezuela, y que amontonan un buen número de muertos.

Los prejuicios políticos que se han consolidado en España en los últimos 30 años han otorgado sistemáticamente a la izquierda una aparente supremacía moral y, con los tímidos reparos o la inaudible protesta porque "a la gente lo que le importa es la economía, la derecha ha realizado una tácita aquiescencia en multitud de cuestiones. Ya se trate de Cuba, del aborto, del terrorismo palestino, del islam o de la Guerra Civil, la izquierda ha designado su posición como moralmente superior arrinconando en una supuesta radicalidad ultraderechista a cualquier discrepante. Cuando en verdad debiera estar pidiendo perdón, porque la historia muestra que el socialismo produce, en el mejor de los casos pobreza, y en el peor, crimen.

La diferencia, pues, entre lo que ocurrió con Aminatu y lo que ocurre con Fariñas es que a la izquierda simplemente no le interesa el cubano: ni habrá protestas, ni se emitirán comunicados condenando la atrocidad moral que supone dejar morir a quien pide libertad para aquellos detenidos por tener ideas diferentes de las de los hermanos Castro. Recuerden a los actores haciendo cola en el aeropuerto de Lanzarote y compárenlos con su compromiso actual: ¿alguien los imagina haciendo cola en el de La Habana? Bueno, quizá sí, pero haciendo cola para otras cosas.

Es fácil criticar a la izquierda. En cuestiones como la de Cuba se ve su verdadera esencia, sus preferencias y sus simpatías intelectuales y morales. Y tanto es así que no podemos extrañarnos de que en este caso concreto el tándem Zapatero-Moratinos no actúe como lo propio de una democracia y que, más bien, se alíen con el régimen torturador y se conviertan en su mejor embajador ante la Unión Europea.

Pero lo realmente grave es que España da una muestra de amoralidad y de pasotismo. Unos principios morales los de nuestro país que justifican esa actitud del Gobierno, de nuestros representantes. Tenemos formalmente una democracia, imperfecta, pero democracia, y todo ello sin que tengamos que mover un dedo para defenderla y, mucho menos, saber qué es una huelga de hambre. Y la tragedia es que las sociedades democráticas, para progresar –entendiendo este verbo en el sentido más noble– precisan unos valores morales comunes y unas líneas rojas infranqueables. En nuestro caso, todo ello ha sido sustituido por un sentimentalismo cursi, por una sensiblería buenista que discrecionalmente elige con quien solidarizarse.

Es para reflexionar cómo los principios democráticos que exigen un compromiso por parte de todos se sustituyen por unas artificiales máscaras que disfrazan a la democracia de buenismo y tolerancia. Y ya lo dijo Chesterton, que la tolerancia es lo único que tiene aquel que carece de convicciones. ¿Qué necesita España para hacer de Fariñas y su causa una referencia moral?

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