"El cambio en el que creemos". "Si, podemos". ¡Cuánta razón tenía Obama! La abominable ergástula tropical que compendiaba todos los horrores e injusticias de este mundo resulta que puede seguir tal cual durante un año más sin acongojar las conciencias más avanzadas. Eso sí que es poder, eso sí que es cambiar. Puede hacerlo sin que la fe de sus adictos se conmocione. Sólo cambia. La realidad que todo lo transforma, ha irrumpido como un huracán en el primer día de ejercicio del poder. El nuevo presidente ha tenido la sensatez y el coraje de no resistirse, a diferencia de su pretendido mellizo de la Moncloa. Más vale.
Es un cambio para bien, de reconocimiento de que las cosas son como son y no como nos gustaría que fueran o como nos las pinta la distorsionante ideología o desvergonzada manipulación que nos aúpa al poder. ¡Qué haya muchos como ese! Ahora nos toca ver cómo las cosas cambian a lo largo de un año. Por desgracia, en este tema no cabe esperar que sea mucho. Retrasar un año una metedura de pata no sería un gran consuelo, pero para quien no quiera cerrar los ojos, no deja de ser una bonita reivindicación de lo hecho por el demonizado Bush.
Un sistema de detención de combatientes enemigos irregulares, excluidos expresamente, con sólo una indirecta e limitada excepción, de los convenios de Ginebra, hubo que improvisarlo a toda prisa cuando el 11-S estaba todavía candente y algunos errores fueron inevitables. Aunque no tardaron mucho en subsanarse, sirvieron para desacreditar, potentísimamente amplificados, con incansable machaconería, la guerra contra el terror, haciéndola mucho más difícil y expuesta a fallos, dando absoluta prioridad al antiamericanismo y anticonservadurismo sobre la ignominia terrorista. La activa y eficaz guerrilla anti-antiterrorista hizo de Guantánamo y Abu Ghraib poderosas armas ofensivas. Los abusos de la prisión iraquí los descubrió muy tempranamente el ejército americano, cortándolos por lo sano y sancionándolos adecuadamente. Salvo en algún caso, no sobrepasaron en mucho las novatadas cuarteleras o de colegio mayor, las de peor gusto, quizás hoy superadas. Si uno tuviera que ser torturado –¡Dios no lo permita!– sería un alivio que la cosa no pase de ahí. Y no pasó, pero eso no fue obstáculo a una explotación desaforada de los hechos.
En Guantánamo y en otros lugares de detención temporal –en realidad sólo de interrogatorio– fuera de Estados Unidos, hubo en aquellos primeros tiempos y sólo entonces, 31 casos de aplicaciones de métodos muy duros que sin embargo quedaban técnicamente por debajo de la definición legal de tortura. Queda feo estar haciendo esas distinciones, pero la realidad es que eran tiempos extraordinarios y que en derecho son decisivas. El peor de los métodos fue el llamado waterboarding, que produce sensación de ahogo sin tragar una gota de agua. Se aplicó en varias sesiones, en un total, todos los tiempos sumados, de cinco minutos, a tres terroristas convictos del máximo nivel, de los que se extrajo información importantísima. A modo de entrenamiento, los marines americanos se someten a tan desagradable experiencia. Algunos periodistas lo han hecho voluntariamente para poder hablar con conocimiento de causa.
Para bien y para mal de eso ya no queda desde hace varios años más que el recuerdo y la implacable explotación con fines de partido. Esperemos que el realismo obamista ponga sordina a esa sectaria criminalización de la lucha, no siempre de impecable habilidad, contra el megaterrorismo yihadista internacional. Aunque el triunfo del sentido de la realidad sobre el oportunismo electoral sea encomiable, no olvidemos que está alimentado por el temor de Obama a que la demagogia le estalle en la cara, como ha mostrado y demostrado en unbrillante y documentadoartículo publicado estos días enLibertad Digitalpor quien mejor conoce en España el interminable debate americano sobre la dimensión jurídica de la guerra contra el terror.