La diplomacia de un país serio defiende y promueve los intereses nacionales; por el contrario, la diplomacia de un país acomplejado sólo busca no meterse en líos, llevarse bien con todos (la mejor manera de molestar a todos) y encontrar un protector a cuya sombra colocarse. En el primer caso, se encuentra Brasil; en el segundo, España desde el 11-M.
El presidente de Bolivia, Evo Morales, estaba encantado con su papel de virgen ofendida por la retirada de los permisos concedidos por varios Gobiernos europeos (no el español) a su avión presidencial para sobrevolar los espacios aéreos respectivos porque se sospechaba que junto a él llevaba al extécnico de la CIA Edward Snowden. Hasta Nicolás Maduro iba detrás de él, chupando rueda. Sin embargo, la música de la fiesta la apagó Brasil.
El Gobierno brasileño, pese a enfrentarse a protestas en la calle, algunas de ellas movidas por la extrema izquierda, y mostrar apoyo formal a las quejas de Morales, reveló que la Policía de éste registró en 2011 tres aviones gubernamentales brasileños en Bolivia, incluido uno en el que viajaba el ministro de Defensa Celso Amorím. La Policía boliviana buscaba a un fugitivo: el senador de la oposición Roger Pinto, que había encontrado asilo en la embajada brasileña. El Gobierno socialista de La Paz tuvo que pedir disculpas.
Lo interesante es notar que Brasilia está harta de la falta de seriedad de La Paz, aunque ambos presidentes sean de izquierdas. Morales ha expropiado empresas brasileñas, ha incumplido tratados y compromisos bilaterales y, además, trató con malos modos a Dilma Rousseff cuando ésta era ministra en el Gobierno de Lula da Silva con motivo de la expropiación de dos refinerías propiedad de Petrobrás en territorio boliviano. La diplomacia brasileña ha guardado las ofensas y se las ha devuelto a Morales cuando más daño podía hacerle.
Mientras tanto, el Gobierno de España sigue esperando el abono de las indemnizaciones a las empresas españolas expropiadas por Evo y el ministro José Manuel García-Margallo ya le ha pedido disculpas por las molestias que le pudiera haber ocasionado en su vuelo.
Brasil quiere ser la potencia hegemónica en Sudamérica, aunque eso supongo enfrentarse a Estados Unidos; España sólo quiere que le dejen hacer algunos negocios. La consecuencia es que los Gobiernos gamberros de la región respetan a Brasil y se burlan de España.