Un hombre A irrumpe en casa de su amigo B y lo pilla in fraganti encima de su mujer, la de A. B empieza por decir que las cosas no son lo que parecen, para acto seguido rasgarse estrepitosamente las vestiduras, en silla adyacente, por el allanamiento de morada. Dada la depravación actual de costumbres y el hipócrita legalismo imperante, quizás la parábola resulte un tanto floja, aunque habrá sido realidad más de mil veces.
En las vitales relaciones estratégicas entre Estados Unidos y Pakistán, es la norma, ya inveterada, y no parece que tenga remedio, aunque el caso Ben Laden haya hecho desbordar el vaso para muchos en Washington y dentro y fuera de la Administración se haya producido un remolino de ideas punitivas para acabar de una vez con tan contradictoria situación, mientras que otros piensan que más vale quedarse como estamos, aunque estemos varios peldaños más abajo que antes de la operación.
A lo largo de los años Estados Unidos lo ha intentado todo y no ha conseguido nada. Pero todo es poco y cualquier pakistaní recitará de carrerilla una larga lista de servicios prestados. Los americanos dan dinero, sobre todo a los militares, y amenazan con cerrar el grifo. Más presión es más dinero y más amenaza. Ha sido una media de 2.000 millones anuales desde 2002 y para este año la edulcorada píldora subía a 3.200. En su bisoñez y alucinación ideológica, Obama creía que su "talante" le había llevado más lejos que a sus predecesores en el cultivo de la buena voluntad de los suspicaces y nada incondicionales amigos. El palo no pasa de retirar la zanahoria. Donde sí ha ido bastante más lejos el presidente americano es en la herencia bushista de bombardear objetivos terroristas en el interior del país, desde aviones teledirigidos, con los inevitables "daños colaterales". A veces de acuerdo con las autoridades y otras sin informarles y con las consiguientes protestas. Incrementar las acciones podría ser parte de la reprimenda. Pero los militares pakistaníes no han mostrado la más mínima compunción sino que han enseñado los dientes. Cualquier represalia que tomen puede ser una sonora bofetada en su propia cara pero pueden estar dispuestos con tal de noquear a sus incómodos amigos. Hay duros en Washington que se arriesgarían a intentarlo, pero pueden perder mucho más de lo que ahora no consiguen.
El tira y afloja es triangular porque ejército y Gobierno no son la misma cosa en el país asiático. Muy al contrario. Ya quisiera el segundo controlar al primero. La esperanza americana de utilizar la oportunidad para avanzar en ese terreno se quedará en una ilusión frustrada más. De hecho el Gobierno de Islamabad de nuevo ha hecho de tripas corazón alineándose sin reservas con los militares: negar la evidencia y la necesidad de arrepentimiento. Privadamente y "bajo condición de anonimato" es otra cosa. Los altos cargos civiles reconocen que es un desastre. Ya que USA no puede disipar la obsesión india de Pakistán, la madre de todos los corderos, lo mejor que puede hacer por ellos en vencer en Afganistán, segunda gran preocupación del país islámico.