El secuestro el pasado 13 de junio de nueve extranjeros en la provincia septentrional de Saada, en Yemen, y el macabro desenlace del mismo poco después ponen de nuevo en evidencia la desestabilización de este país árabe y de su vecindad inmediata –Arabia Saudí por el norte y Somalia por el sur, al otro lado del Golfo de Adén–, convirtiéndose de forma acelerada en uno de esos escenarios regionales mimados por el terrorismo yihadista salafista.
El régimen del presidente Alí Abdullah Saleh se enfrenta a duras penas desde hace largo tiempo al efecto combinado de choques tribales, bandidismo y enfrentamientos entre suníes y chiíes, un cóctel demasiado atractivo como para que Al Qaeda no lo aprovechara. Además, Yemen es la cuna de los Bin Laden y es fronterizo con la también convulsa Arabia Saudí. Todo ello cuenta. El secuestro y posterior asesinato de los extranjeros –encontrados precisamente en la localidad de Shukwan, fronteriza con territorio saudí– ha sido presentado por el régimen como un acto cometido por la organización chií Yamaa Al Huthi, activa en esa región, pero aparte de negarlo ésta, la información de diversos observadores y la crueldad de la acción juegan en contra de tal autoría.
Es la misma provincia en la que fueran asesinados siete turistas españoles y dos guías yemeníes en julio de 2007 en un atentado suicida. El hallazgo el 15 de junio, de los cadáveres de dos mujeres alemanas y de una surcoreana, asesinadas con armas de fuego y blancas, lleva la firma de Al Qaeda. Quedan aún en sus manos –si no han muerto ya pues hay mucha confusión al respecto–, tres ciudadanos alemanes y un británico mientras que dos niñas, que completan el grupo de nueve secuestrados, habrían sido encontradas vivas. Este secuestro difería claramente de otros que son habituales en la zona, y que sirven de moneda de cambio a las diversas tribus que los llevan a cabo para obtener del Gobierno de Sanaa beneficios económicos o liberación de presos. De hecho, un grupo tribal acababa de liberar en la misma provincia de Saada el 12 de junio –y al día siguiente de haberlos capturado– a 24 médicos y enfermeras extranjeros, pero para su desgracia el otro grupo –también conformado por trabajadores de un hospital local– ha tenido un fin dramático.
Mientras todo esto ocurría el régimen anunciaba la detención en Marib el 12 de junio de Hasan Husein Alwan, supuesto responsable financiero de Al Qaeda en Yemen y Arabia Saudí y considerado "uno de los terroristas de Al Qaeda más peligrosos". Cabe señalar que las dos redes principales de Al Qaeda en la Península Arábiga, la saudí y la yemení, habían anunciado su fusión a principios de este año, reflejándose en un creciente activismo terrorista que se agrava con el avance de sus correligionarios de Al Shabab en la vecina Somalia. Tal escenario puede agravarse aún más con la llegada de presos de Guantánamo tanto a Arabia Saudí como al propio Yemen: los programas de rehabilitación saudíes no se están mostrando especialmente eficaces con dichos presos y con otros capturados en el país –aunque algunos crean ingenuamente que tales programas autóctonos son la panacea–.
El contingente de yemeníes aún internados en la base estadounidense, de volver a su país, representarían una amenaza insoportable incluso en prisión. Said Alí Al Shiri, ex-preso de Guantánamo entregado por los EEUU a Arabia Saudí en 2007, está considerado como el organizador del atentado contra la Embajada estadounidense en Sanaa que provocó 16 muertos el pasado septiembre. A ello se une además la dispersión de yihadistas provocada por las operaciones militares en Pakistán, que están reubicando terroristas no sólo en latitudes más próximas como son algunos países centroasiáticos sino también en otras más alejadas como son Yemen o Somalia. Así lo destacaba el almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto estadounidense, hace pocas semanas.