Si hay un capítulo farragoso y frustrante en la lucha contra el terrorismo yihadista salafista en suelo europeo es, sin duda, el que tiene que ver con Abu Hamza al Masri. Este siniestro personaje, que durante muchos años, demasiados, se ha beneficiado del tradicional garantismo británico, sigue creando problemas incluso después de que en el Reino Unido se reconociera su nocividad y quisieran expulsarlo.
La historia judicial relacionada con este predicador radical, nacido en la localidad egipcia de Alejandría pero nacionalizado británico y cuyo verdadero nombre es Mustafá Kamal Mustafá, es larga. Cumplió una condena de siete años por incitación al asesinato, y está reclamado por la justicia estadounidense por haber creado un campo de entrenamiento terrorista en el estado de Oregón a principios de este siglo. Participó en el secuestro de 16 personas en Yemen en 1998. En 2001 se felicitó impunemente por el 11-S.
El problema es que, como ciudadano británico, sabe beneficiarse del sistema judicial de ese país de infieles, a los que tanto odia. En julio de 2010 el Tribunal Europeo de Derechos Humanos del Consejo de Europa paralizó su posible extradición a los EEUU, porque quería tomarse su tiempo para dilucidar si la más que segura condena a cadena perpetua que se le impondría allí podría chocar con la prohibición expresa de las penas o tratos inhumanos o degradantes recogida en el artículo 3 del Convenio Europeo de Derechos Humanos.
El problema ahora es que, una vez el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha dado luz verde a la extradición – coincidiendo así con diversos tribunales británicos ante los que había ido compareciendo el sujeto–, ahora es la Justicia del Reino Unido la que, sorprendentemente, paraliza el proceso. Chocante, ¿verdad?
El motivo Abu Hamza está explotado de nuevo las contradicciones del sistema que tanto odia, pero del que lleva tantos años beneficiándose. Así, ha presentó un recurso ante el Tribunal Supremo británico a los dos días de que el tribunal de Estrasburgo dictara su fallo. Visto lo visto, es normal que hasta la propia Reina Isabel II haya manifestado en algún momento su deseo de perder de vista a semejante personaje: esto se ha sabido gracias a una poco elegante filtración de la BBC que ha provocado y sigue provocando una tormenta política en el Reino Unido.
A buen seguro Abu Hamza terminará donde debería estar hace ya muchos años, en una prisión de máxima seguridad de los EEUU; el problema es que, hasta que ese momento llegue, su cruzada contra el sistema no hace sino mostrar al mundo las debilidades del aparentemente fuerte y sólido Occidente.