Lamentable. Cobarde. Miserable. Suicida. Inhumana. Son las palabras –no todas– que definen la falta de reacción internacional ante la brutal sangría que están sufriendo los cristianos en Irak a lo largo del último mes. Una ola de ataques y atentados, contra iglesias y contra casas de las comunidades cristianas, han dejado por ahora un saldo que ronda el centenar de muertos. Los culpables: Al Qaeda y grupos afines, como el denominado Estado Islámico de Irak, que han llegado a lanzar un ultimátum en el que amenazan con matar a los cristianos allí donde estén. Aunque el primer ministro iraquí Nouri al-Maliki ha condenado la violencia, ni Bagdad ni Washington han hecho esfuerzos suficientes para parar esta masacre. Se estima que el 60% del millón de cristianos que vivían en Irak antes del 2003 han abandonado el país o han sido asesinados.
Los cristianos caldeanos y asirios de Irak, habitantes principalmente de Bagdad y de Mosul –conocida como Nínive en la Biblia–, y muchos de ellos hablantes de arameo, se han sentido desprotegidos y han huido de unas tierras que habitan desde hace más de 2.000 años: 500 años antes de que los musulmanes llegaran a esta región. El arzobispo sirio-ortodoxo Athanasios Dawood, el máximo dirigente de los cristianos iraquíes residentes en el Reino Unido, ha llamaba a sus correligionarios a huir de la persecución a la que están sometidos y "escapar de una limpieza étnica premeditada".
Lamentablemente a estos los cristianos sólo les queda elegir entre la desaparición y o su supervivencia. Son una presa fácil porque no tienen detrás ningún grupo armado que les proteja, pero la explicación de dicha persecución no debería reducirse a una mera consecuencia de la guerra y posguerra de Irak. Porque su cacería no se limita a Irak sino que va desde Pakistán a Marruecos, pasando por Egipto y Nigeria y muchos otros territorios islámicos. En algunos casos el acoso es gubernamental, en otros la violencia es local, y cada vez está asociada al islamismo radical.
Las cifras de la cacería al cristiano en el mundo no occidental están creciendo de forma alarmante, dando lugar a un exilio galopante de países que son históricos para el cristianismo. El denominador común es que a pesar de habitar unas tierras desde antes de la llegada del Islam, se les acusa de pro-occidentales y se les señala en ocasiones como grupos pagados o enviados por Occidente. De esta forma son considerados como impuros y como parásitos de las naciones.
¿Y cómo han reaccionado los occidentales? Silencio de la Casa Blanca, tanto de la secretaria de Estado como del presidente Obama que aún se atrevía, en plena ola de atentados contra cristianos en Bagdad, a hablar en Yakarta de convivencia y tolerancia entre el islam y el cristianismo. Silencio también de muchos Gobiernos europeos que ya hace tiempo olvidaron su herencia y sus valores morales e intelectuales. La laica Francia es la única que destaca en su apoyo a los cristianos de oriente, acogiendo a las víctimas supervivientes de los últimos atentados.
Los occidentales permanecen callados, ciegos y sordos ante esta situación tan grave. Parar la persecución de los cristianos no occidentales simplemente nunca ha entrado en sus agendas y no parece que lo vaya a hacer. Sus desvelos los reservan para otras minorías.