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A cantar, a Kandahar

Ahí sí que su misión estaría libre de sospechas: el ansia de democracia y de paz de los afganos es evidente, y la necesidad de que les apoyen también.

Quizá sea cosa nuestra, pero entendemos que pese a la buena voluntad de nuestros artistas, tienen escaso valor los conciertos y festivales por la paz en Cuba –donde cuentan con el apoyo del régimen castrista–, en Colombia –donde insultar a su democracia tiene como premio estar bien considerado–, o en Venezuela –donde se agradece el apoyo al proceso bolivariano. Entendemos, además, que para ellos la defensa de la paz, la democracia y el progreso en Iberoamérica y España se ha quedado pequeña. Se pasan el día explicando y explicándose por qué firman tal manifiesto, por qué dicen esto o aquello, o por qué su ímpetu denunciador siempre va acompañado de ron, cerveza fresca y media semana al sol. No es justo.

¿Que nuestros cantantes no observan excesivas diferencias entre el régimen político de La Habana y el de Valencia? ¿Entre el español y el cubano? Quizá tengan razón y el problema sea que la diferencia es tan escasa que su esfuerzo no se entiende. Pero, insistimos, eso no es motivo para dudar de su sinceridad. Así que creemos que para que puedan llevar a cabo su campaña progresista y pacifista, debieran volcar su humanitaria actividad en aquellos lugares donde el equívoco es difícil, donde no se discute tanto su comportamiento y donde su labor sería unánime y verdaderamente reconocida.

En vez de acudir a La Habana en un avión de Iberia, deberían viajar a Kandahar en un avión militar; en vez de aterrizar mirando el malecón, debieran hacerlo mirando cómo el aparato lanza contramedidas y señuelos; en vez de ser recibidos por caribeños vestidos con guayaberas, ser recibidos por las autoridades afganas con chaleco antibalas; en vez de limusinas con aire acondicionado y alegre conductor, debieran hacerlo por todoterrenos blindados, escoltados por efectivos de Blackwater; en vez de la escolta de los espías castristas, debieran llevar la del ejército afgano, que sí lucha por la democracia; en vez de un hotel de lujo con palmeras en la puerta, debieran alojarse en un hotel con sacos terrenos en la entrada. En vez de entre caribeños vestidos en bañador, debieran hacerlo entre afganos con chilaba y burka.

Ahí sí que su misión estaría libre de sospechas: el ansia de democracia y de paz de los afganos es evidente, y la necesidad de que les apoyen también. Así quedaría por fin demostrada la solidaridad de nuestros artistas con los pueblos oprimidos, e incluso la caverna más derechista debería reconocer el valor de nuestros artistas.

En fin, que no se nos ocurre mejor y más sincero apoyo a la paz que cantar en Afganistán. Los detalles podrían gestionarlos el Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, la AECID y la Unidad Militar de Emergencias. Una delegación del Ministerio de Igualdad, encabezada por Aído, también sería bienvenida en el festival en Kandahar. O si Kandahar no es de su agrado, el concierto podría trasladarse a Kabul: en el nicho dejado por los budas de Bamiyán, entre las piedras, habría hueco de sobra para Bosé y Juanes. Al mismo tiempo, podría celebrarse un acto, seguido de la lectura de un manifiesto –en defensa de las mujeres, de la igualdad y de la paz–, no en el Círculo de Bellas Artes en la calle de Alcalá, sino en el Departamento de Seguridad en la "zona verde" de Kabul. A la salida del acto, a pie de calle, Aído podría sacar las cartulinas rojas y repartir manuales sobre el gozo genital.

Además, Miguel Bosé podría pedir la nacionalidad afgana –qué mejor homenaje a los demócratas de allí–, y ofrecerse voluntario para negociar con el Mulá Omar y con Bin Laden el fin de los ataques talibanes. También podría reconocer ante éstos como hizo ante Uribe, que sus preferencias políticas e incluso morales van por otro lado.

Si por las razones que fuesen –quizá la presencia de Chacón y su séquito ocupase todo el avión– Afganistán no fuese posible, les recomendamos otros sitios donde su apoyo a la paz será bien recibido por los habitantes de estas ciudades: Penshawar (Pakistán); Mogadiscio (Somalia), Jartum (Sudán), Teherán (Iran).

En cualquiera de estos sitios nuestros artistas mostrarían su apoyo a la democracia y a la paz, y ninguno –ni siquiera nosotros– podría poner en duda que no se trata de figurines de salón, sino de genuinos comprometidos con el progreso humano.

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