A nadie le pasa inadvertido durante estos días de diciembre que el ambiente callejero y las relaciones entre personas cobran un aspecto distinto al de los meses que nos precedieron en el calendario. Tanto cristianos como no creyentes nos hemos puesto de acuerdo en denominar esta época como "tiempo de Navidad". Todos coincidimos durante estos días en algunos lugares comunes: nos sentimos mas amigos, nos prodigamos en la marea consumista de nuestra sociedad, nos falta tiempo para relacionarnos con amigos y conocidos, las reuniones familiares son mas frecuentes que en otras épocas del año, y también solemos hacer algunos buenos propósitos de cara al año que se abre ante nuestra vida. Junto al ambiente alegre y festivo también cohabita en lo mas profundo de nuestro ser la añoranza de los que nos precedieron en el paso que inexorablemente tendremos que dar todos, cumpliendo las leyes que nos igualan a todas las personas.
En mi familia, vamos a vivir el sexto año consecutivo en que la ausencia de dos de nuestros seres queridos nos hace que esta celebración (vivida incluso con un sentido cristiano de la Navidad) nos impida gozar plenamente de la alegría generalizada que parece contagiar a la mayor parte de la sociedad española. Creo que no resulta difícil a nadie comprender que la pérdida de un hijo a manos de unos terroristas, con un desprecio total a la vida ajena, marque a cualquier familia de por vida.
No tengo ningún reparo en manifestar desde mis creencias que la época previa a la Navidad y la memoria del nacimiento de Jesús en Belén (efemérides que sustenta todo este período festivo) tienen un sentido más profundo que el que a diario le damos la mayor parte de la sociedad. Efectivamente, aquel niño que revolucionó al mundo, dio su vida no para iluminar las ciudades sino para iluminar las mentes y los corazones. Murió perdonando a los que lo mataron y proponiéndonos un reino basado en la verdad frente a la mentira, en el amor frente al odio y en la hermandad de todos los hombres sin distinción de credo y de razas.
Todo lo que antecede me lleva a hacer una reflexión sobre mi actitud ante el atentado de los trenes de cercanías que truncó tantas vidas y que abrió un nuevo período de la historia de España como el que padecemos actualmente. En algún sitio he leído "desde el 11-M todo es 11-M". Desconozco el autor de la frase, pero a mí me parece que no se puede resumir en tan pocas palabras lo que vivimos todos los españoles desde aquella fecha hasta hoy. Unos parecen estar muy satisfechos, otros lo están menos pero permanecen indiferentes e inactivos ante la situación; hay otro grupo (entre el que incluyo a algunas víctimas del 11-M) que se sienten insatisfechos tanto por el tratamiento y resultados que tenemos de dicho atentado como por el cambio que se ha operado en nuestra situación sociopolítica.
Yo me atrevo a pedir como regalo navideño o de reyes el que la verdad que vino a traer Jesús sea una realidad en los atentados del 11-M. Puedo parecer excesivamente ingenuo al hacer esta petición pero, al margen de cualquier consideración religiosa, creo que pedir la verdad en los tiempos que corren debía de ser un clamor popular. El actual ministro del Interior parece haber olvidado su frase de "España no se merece un Gobierno que nos mienta". Esta frase que sigue teniendo la misma vigencia que el día que fue lanzada por su inventor, ha sido proscrita por todos los poderes que conforman el denominado Estado de Derecho.
Me gustaría pedir igualmente que una vez conocida la verdad, se hiciera la justicia contemplada en nuestro ordenamiento jurídico, porque sin la verdad de lo ocurrido en dichos atentados creo imposible que se haga. A este respecto recuerdo una frase que me dirigió un juez muy relacionado con el 11-M: "Confiad en la justicia divina". Con ello ya contamos de antemano pero mientras vivamos en este mundo hemos de perseguir y luchar por la justicia que vino a sembrar el niño de Belén. Para los no creyentes, creemos que bastará la justicia que consagra nuestra legislación. La aplicación de ésta tampoco resulta evidente en muchos casos.
Mis deseos navideños no sólo van dirigidos a los estamentos que tienen el deber de buscar y darnos a conocer la verdad del 11-M, sino a los individuos que conformamos tanto la sociedad como dichas instituciones. La responsabilidad individual debe contribuir a producir una responsabilidad colectiva que desemboque en producir una sociedad más verdadera, más justa y más fraterna.
Mi más sincera felicitación navideña a todos, no como un tópico sino que dicha felicidad sea producto de nuestra contribución para obtener los citados valores.